Más de la mitad de los ciudadanos empadronados en Palma en 2003 son extranjeros, una situación que se viene reproduciendo desde hace tres años. DIARIO de MALLORCA ha hablado con algunos de estos nuevos palmesanos que llegaron a Ciutat buscando una oportunidad y que han explicado cómo es su vida diaria y su concepto de integración.

Todos coinciden en señalar que los principales problemas con los que se tropezaron en un principio fueron encontrar un trabajo, los papeles que regularicen su situación y acceder a una vivienda.

Una vez superadas esas barreras deben atravesar otra: la aceptación en un nuevo entorno. Traen consigo una cultura y un concepto de vida que deben compaginar con las costumbres mallorquinas. Cada uno de ellos ha encontrado su propia fórmula para salir airosos de la situación.

Búlgaros

Desislava Emilova Doseva forma parte de los 2.304 búlgaros que conviven en Palma. Llegó en 2001 junto a su marido Denislav Hristov Dosev. Al principio ella se ganaba la vida limpiando en domicilios particulares y ahora está de baja maternal porque hace unos pocos meses nació su hija Gabriela Denislav. Les costó encontrar su piso, situado en la barriada de Son Rapinya porque, tal y como relata, "te piden contrato y permiso de residencia".

La presencia de su madre Tzvetanka Sergeeva, que llegó a la ciudad antes que ella, le hizo el camino más fácil.

Su hija, Vanesa Denislavova de seis años, va al colegio de Son Quint, que está frente a su casa. Al principio, ella era la única búlgara de su clase pero ahora se expresa también en español y mallorquín, aunque la niña asegura que "es más fácil jugar en español".

Ella no ha tenido tantos problemas con los idiomas como su familia. Su tío Anton Georgiev Kanarini explica que antes de llegar a Palma no sabía que había dos lenguas oficiales pero "te espabilas y los vas aprendiendo en el trabajo".

Anton, que trabaja de camarero en un hotel, lo tiene claro cuando se le pregunta si se considera integrado: "Si dispones de un contrato y una nómina te tratan como a uno más".

Lo que le molesta es tener que esperar diez años para conseguir la nacionalidad española. "Mis sobrinas deberán esperar a los 18 años para obtener la nacionalidad. Quisiera que mis hijos ya no se sientan extranjeros y sean mallorquines desde el mismo momento en que nacen aquí", aclara. Por este motivo, por sentir que no tienen los mismos derechos, muestra deinterés por la política.

Anton y Desislava aseguran tener amistades palmesanas y lo que más les gusta es salir a "hacer barbacoas los fines de semana en Esporles", aunque definen las fiestas mallorquinas como "frías".

El caso de la familia Adebola es diferente. Cuando hace seis años Joseph Adebola llegó a la isla desde su Nigeria natal le resultó más fácil encontrar un puesto laboral, al revés de lo que sucede en la actualidad. "Primero estuve en Madrid pero después me decidí por Mallorca por el clima y el trabajo", explica.

Contaba con estudios de contabilidad igual que su esposa Yetunde Adebola. Sin embargo, no han podido ejercer su profesión en Palma. "Tengo dos trabajos. Uno en una empresa de transporte del aeropuerto y otro en un almacén. Mi mujer es camarera de piso en un hotel de Llucmajor y vino a los tres años de vivir yo aquí por medio de la reagrupación familiar", manifiesta. Joseph y Yetunde forman parte de los 1.407 nigerianos que viven en Ciutat en la actualidad.

Han tenido problemas para encontrar una guardería pública para su hijo Isaac Adebola Adewusi, porque les dicen que no reúnen los puntos necesarios y se han tenido que conformar con una privada cerca del trabajo, en el polígono de Son Castelló, por la que pagan 250 euros al mes. Su hija Ruth, que tiene unos pocos meses, se encontrará con la misma dificultad.

Costumbres

Han logrado comprar un piso en la zona de s'Escorxador. No obstante, Adebola reconoce que al principio le resultó difícil encontrar un piso en alquiler. "La gente se asusta cuando ve a un africano. España no es como Inglaterra y Francia, dos países más acostumbrados a ver extranjeros", sostiene.

Procuran seguir las costumbres de su país. Practican la religión cristiano evangélica y siguen manteniendo sus celebraciones, su gastronomía y vestidos típicos, que se llaman iro y buba en el caso de las mujeres y sooro y buba en los hombres. Los utilizan en sus encuentros en la Iglesia Evangélica. Los fines de semana acuden con frecuencia al Castell de Bellver y al Parc de la Mar porque los consideran "lugares seguros".

Pese a que aseguran que conocen a familias mallorquinas que les han ayudado a integrarse en la sociedad, definen a los palmesanos como "personas cerradas". "En general son buenos pero les cuesta abrirse. No te dejan tener relación con ellos. Prefieren saludarte y ya está", explica Joseph. Para ellos, aprender el español y el catalán ha sido una dificultad añadida.

Para ayudar a sus compatriotas Joseph Adebola formó la Asociación Progresista Oduduwa, que agrupa a más de 200 familias nigerianas y que él mismo preside.

Ecuatorianos

Por el contrario, el lenguaje no ha constituido ningún impedimento para Linda Magdalena Chancay y su marido, Juan Carlos Velasco. Son ecuatorianos y se trasladaron a Palma hace cinco años. Para ellos resultó más fácil porque tenían un primo y una cuñada viviendo en la ciudad dentro del grupo de 7.947 ecuatorianos que están censados en Cort. Este colectivo de extranjeros es uno de los más numerosos.

Linda trabajó en tareas domésticas y durante cuatro años ha estado vinculada a la organización sindical USO, ayudando a otras familias inmigrantes. "Retiraron las subvenciones a esta entidad y mi marido y yo decidimos hace tres meses abrir una oficina para guiar a los extranjeros", explica Linda.

Reconoce que ellos emigraron a Palma sin saber los recursos de los que disponían. Linda manifiesta que estuvo un año sin empadronarse porque carecía de papeles y tenía miedo a ser deportada. "Ahora sé que podía empadronarme, tenía derecho a disponer de una tarjeta sanitaria y los cauces que me ofrecen para resolver mis problemas e incluso ir a las oficinas de extranjería", añade.

Cree que a los extranjeros se les exige más por venir de fuera y no se les deja demostrar lo que son: "Los mallorquines no aprenden de nuestras costumbres. Tampoco existen centros donde se compartan culturas y se celebren encuentros de grupos de diferentes nacionalidades. Las instituciones siempre están hablando de integración pero es todo una hipocresía".

Ella y su familia viven en el barrio de Pere Garau, una zona donde se concentran gran número de inmigrantes. "Las fiestas podrían aprovecharse para crear encuentros entre mallorquines e inmigrantes", recomienda Linda.

De todos modos, Linda y su marido coinciden en señalar que la mejor integración es la de los niños en el colegio. Sus sobrinas, Génesis Carolina Velasco y Lexi Georgina Contreras, ya son mallorquinas y no tienen dificultad para expresarse en la lengua propia.

Marroquíes

Otro de los colectivos extranjeros más numerosos en la ciudad es el de los marroquíes que en su conjunto suman más de 2.600.

Zakia Dnanau forma parte de este grupo. Hace dieciséis años llegó a Palma desde Larache con su ex marido y embarazada de su hija Sonia Elaij, que ahora tiene 12 años. Más tarde tuvo a su hijo Adam Elaij, de 6 años. Trabaja como dependienta en una tienda de la empresa Majórica en el aeropuerto y estudió historia en su país.

Desde el principio tuvo claro que debía integrarse en España sin renunciar a su origen marroquí. "Hay que aprender las normas del país que te acoge. Algunos confunden la necesidad de cumplir unas reglas con el racismo", explica.

Contaba con la desventaja del idioma pero le resultó fácil porque asegura que "el español se escribe como se habla". Optó por no llevar velo, como sí hizo su madre, y sólo celebra la fiesta del Ramadán. Hace una última reclamación. "Quiero que me traten como a una persona normal y no con lástima".