Opinión | MUJERES

La hija del monstruo

La zona de interés, la película de Jonathan Glazer sobre el día a día de la familia Hoss.

La zona de interés, la película de Jonathan Glazer sobre el día a día de la familia Hoss. / DM

Del cine a la literatura y de la literatura a la vida real. De La zona de interés, la película de Jonathan Glazer sobre el día a día de la familia Hoss, a la novela de Martin Amis, que la inspira y que, con cierto aire de comedia negra costumbrista, trata sobre un asunto tan poco risible como el asesinato planificado y sistemático de los judíos en la Alemania nazi. De ahí, a las páginas de la historia y, en un nuevo salto, el más perturbador, a los relatos de lo cotidiano.

La historia, con su visión panorámica, y el arte, con el impulso creativo como instrumento de sublimación, nos alejan del espanto que anida en las rutinas diarias y en los pequeños gestos –que incluso pueden ser amorosos– de los gestores de la barbarie.

La zona de interés, lo mismo la película que la novela, están basadas en las vivencias del comandante Rudolf Hoss, que estuvo al frente del campo de concentración y exterminio de Auschwitz, en Polonia, y que se instaló junto a él con su familia, su esposa y sus hijos. Una joven pareja con cinco preciosos niños jugando en el jardín y compartiendo vecindad con el infierno.

Hoss fue uno de los nazis condenados a muerte en Nuremberg. Aunque empezó intentando ocultar su identidad, acabó reconociendo durante el juicio haber sido el máximo responsable de Auschwitz, donde, bajo su mando, fueron asesinadas más de un millón de personas en las cámaras de gas, además de las que se dejó morir de hambre, por la insalubridad del lugar y por falta de atención médica. Contó, entre otras lindezas y con el orgullo que produce el deber cumplido, que los niños más pequeños, que no tenían utilidad como fuerza de trabajo, eran asesinados nada más llegar al campo.

Cuando salía de su despacho, después de haber de hacer recuento de los bebés judíos asesinados aquel día, Rudolf Hoss dispensaba tiernas caricias a sus hijos. Una de aquellas pequeñas Hoss, de rubias trenzas y mejillas sonrosadas, se llamaba Brigitte y, ocultando su pasado, se instaló en España y se abrió camino en el mundo de la moda. Llegó a trabajar como modelo en la Casa Balenciaga, en la Gran Vía madrileña. En 2013, descubierto su secreto, Brigitte accedió a hablar sobre su infancia con el escritor británico Thomas Harding. La entrevista fue publicada en The Guardian. Brigitte, fallecida el año pasado, recordaba con nostalgia aquellos años junto al campo de exterminio, los más felices de su vida, y cómo su padre la arropaba en la cama, a ella y a sus hermanos, cada noche. Le habló de cómo se despertaba los domingos oliendo el cigarro de su padre, que se paseaba tranquilamente por la casa en su día libre esperando a que toda la familia se levantara y compartir juntos el desayuno.

Brigitte, que llego a Auschwitz con siete años, estaba demasiado cerca para reconocer al monstruo en los rasgos de su padre. No es fácil para nadie decidir cuál es la distancia física y moral que le separa, y le salva, de la barbarie y del espanto, hasta dónde podemos acercarnos sin acabar salpicados por la monstruosidad, siendo cómplices de ella o convertidos, también nosotros, en monstruos.

Suscríbete para seguir leyendo