La decadencia de los extremos

Antonio Papell

Antonio Papell

El panorama político español es claramente pluripartidista, ya que la mayoría de gobierno, además de descansar en dos grandes formaciones de izquierdas, el PSOE y Sumar (esta organización es similar conceptualmente a la antigua Izquierda Unida), cuenta también con el respaldo de los nacionalistas de los territorios históricos, progresistas y conservadores. La derecha, asimismo, que fue unitaria prácticamente hasta 2015, hoy se desglosa en el PP y en VOX. Y es la radicalidad de este partido ultra, partidario del unitarismo autoritario y enemigo del estado de las autonomías, la que ha alejado de estribor al nacionalismo de derechas, el PNV y Junts (herederos de Convergencia), paradójicamente aliados ahora con la referida izquierda.

Con todo, una más estrecha aproximación a esta realidad nos lleva a la evidencia de que se ha producido una reordenación de las fuerzas políticas, que muestra un debilitamiento de los extremos y una cierta tendencia a reafirmar el antiguo bipartidismo. Por una parte, se ha producido la desaparición de Ciudadanos, una formación inicialmente centrista que feneció en cuanto su dirección cedió a la tentación de desplazarse hacia estribor para convertirse en ‘la verdadera derecha’. En segundo lugar, Podemos, que fue una fuerza izquierdista singular que pretendía disputar al PSOE la hegemonía del espacio de babor, ha cometido incontables errores que la han reducido a la mínima expresión (cinco diputados, elegidos en las listas de Sumar), en tanto otra parte de aquella ‘Unidas Podemos’ se ha convertido en Sumar, con una potencia semejante a la de IU en sus mejores tiempos.

En el hemisferio izquierdo, no cabe duda de que la irrupción de Podemos, una formación urgida por la gran crisis de 2008-2014 que no fue bien resulta en el mundo por las corrientes ideológicas convencionales, fue saludable, ya que introdujo en el debate un progresismo, basado en la satisfacción de las necesidades sociales de la mayoría, que obligó también al PSOE a renovar su programa y su mensaje y a asumir de forma más exigente los intereses de las clases inferiores, muy desvalidas a causa de la referida crisis (seguida más tarde por la segunda crisis del milenio, la pandemia).

En el hemisferio derecho, en cambio, Vox ha sido una amarga innovación, que podría haber llegado para quedarse, si bien no es probable que mantenga su actual envergadura, ya considerablemente menguada con respecto a sus mejores resultados. El problema de VOX es que todo el camino recorrido por este país desde 1978 ha sido para enterrar definitivamente todo lo que VOX es y representa, por lo que el rechazo que produce en una considerable mayoría de electores no es solo ideológico sino también histórico. Es evidente que el propio PP, que ha optado por tender puentes con Vox para conseguir apetitosas parcelas de poder regional y local, se relaciona con sus socios con la nariz tapada para no percibir el hedor ni facilitar el contagio.

Vox celebrará su asamblea general adelantada el 27 de enero, y Abascal no tiene rivales, con lo que se impondrá la línea continuista, que permanecerá además blindada a lo largo de un camino electoral que no le será propicio. Quiere decirse que los signos de identidad de Vox se mantendrán, y en especial su antifeminismo, su homofobia y sobre todo su xenofobia, características todas ellas que no solo aíslan a quien las exhibe sino que contaminan y arrastran a la marginalidad a los que van de su mano.

En estas condiciones, es más que probable que la secuencia electoral que nos espera -elecciones gallegas, europeas, vascas, catalanas…- acentúe el declive de Vox (que, según todos los indicios, no levantará cabeza en las elecciones europeas) y marginalice todavía más a Podemos, o más concretamente al sector de Podemos que se ha mantenido fuera de Sumar.

Si se restaura, aunque sea de manera incompleta, el bipartidismo imperfecto de antaño, la normalización de la vida política sería más fácil. En especial, la decadencia de Vox moderará al PP, que ya no tendrá que competir por el espacio, y llevara más sosiego a las calles, que ya no solo son escenario de legítimas manifestaciones sino también, a veces, un inmundo vertedero de rebuznos.

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