Tribuna

A pesar del brilli de las redes, las ideas existen

Xavier Cassanyes

Xavier Cassanyes

Iniciamos 2024 entre grises; envueltos en el humo de los incendios regionales. Entre brasas, las guerras abiertas de Ucrania y Gaza, y las cenizas de nuestras solideces culturales de antaño se tambalean entrando en horizonte incierto y sin posibilidad de retorno a las seguridades de antes.

Vamos despertando al nuevo momento de civilización en que la Inteligencia Artificial se erige como la referencia técnico cultural y las redes sociales, y los medios politizados, normalizan contenidos disruptivos; caballos de Troya en las certezas éticas y morales de la cultura occidental heredada de la Revolución.

Los valores de la Ilustración, que han presidido la civilización occidental desde la post Segunda Guerra Mundial han terminado en su vigencia indiscutida, por falta de credibilidad. Los derechos humanos, estandarte del progreso como sociedad, dejaron de ser universales en la medida en que más de la mitad de la humanidad ya no los tiene como derechos inalienables y, para los estados que los mantiene como objetivo, solo significan deseos formales, necesarios para no sucumbir al desamor social.

Europa definió los estándares de la felicidad humana. El estado de bienestar, en toda su amplitud. Y ahora enfrentamos pérdida de liderazgo y, más importante aún, dudamos de nuestros principios constitutivos como sociedad. Libertad, derechos humanos y democracia, como metodología para organizarnos socialmente, ceden fortalezas ante idealismos formalmente fraternos, populistas se llaman, pero impulsados por líderes interesados; instalados en mitologías imperialistas para tapar sus propias frustraciones vitales.

La racionalidad está en horas bajas; no hay ideas superadoras de las diferencias, hay ideas viejas resucitadas en nuevos envoltorios acorde con las parafernalias más a la moda.

El mundo, en su conjunto, nos importa poco por un simple ejercicio de aguante existencial. Si afrontáramos desde la empatía y la responsabilidad más exigente, y comprometida, las distopías que nos envuelven, y aun las que se dan en el seno de nuestra sociedad, se quebrarían nuestras certezas éticas y morales y nuestro sentido de futuro se deshilacharía. Los porqués y paraqués atenazarían nuestro día a día. Y en ese marco de perplejidad todo se desmembraría, todo sería viable: los heroicos sacrificios inútiles y los postulados redentores, que acaban por ser necesidades misioneras de acallar nuestra desesperación vital.

Las distopías orwelianas todavía no forman parte de nuestras preocupaciones como sociedad, pero las clases dirigentes, los ingenieros de las campañas ideológicas, ya manejan que las sociedades no se explican por las dinámicas sociales y económicas, y culturales tradicionales, sino por la incidencia de las fake news (falsedades creíbles) y los haters (influencers que emiten comentarios destructivos sobre una persona o comunidad) agentes de cambio ideológico con insospechadas consecuencias encadenadas.

La respuesta de supervivencia, no está en el viento como cantara Bob Dylan, ni cara al vent, el canto de futuro de Raimon; la respuesta está en retornar a las esencias de la racionalidad. Ese equilibrio turbulento entre razón y emotividad, entre lógica y sentimientos de las cosas vividas, y por experimentar.

Las seguridades del sistema de la postguerramundial, pautado y previsible, entró en desguace en los años noventa. Las ideas y las expectativas se volvieron liquidas, como descubrió Bauman. El miedo al mañana, no solo por cambiante e inestable, sino por estar en constante revisión en sus planteamientos ideológicos profundos (recuérdese el fin del sistema del muro de Berlín y el «pensamiento único»), se apoderaron de las expectativas de futuro y, en un sálvese quien pueda personal, vital y social, fue imponiéndose el posmodernismo en un afán por legitimar la multiculturalidad intrusiva.

Del pensamiento líquido se pasó al estado gaseoso, y eso explicaría que la línea discursiva de la última, o último, influencer, pueda imponer sus infantiles elucubraciones hasta el rango de línea argumental.

La respuesta está en la racionalidad. En volver al fundamento de las cosas, De las ideas. Y al pensamiento comprometido.