De naciones y otros cuentos

Àlex Volney

Àlex Volney

En la década de los noventa un conocido editor mallorquín arriesgó su catálogo poniendo en la calle, y en todo el mundo, toda una línea de novedades y monográficos alrededor de la etnografía, la tradición y la cultura en su conjunto de las naciones indias de Norteamérica que, obviamente, eran y son los únicos auténticos americanos de la federación. Contrastaba el gran trabajo del editor y la belleza de ese catálogo con la coherencia en los contenidos de un efímero boom que coincidía en el tiempo con la gran infamia que vivían las gentes de ese maltratado pueblo. Coincidía todo con una situación grave en cuanto a los derechos de esas tribus y sus descendientes. Era la época Clinton y cualquier reo podía realizar o llevar a cabo sus ceremonias o mitos religiosos en la cárcel, mientras los miembros nativos americanos que se encontraban en prisión (en su propia tierra) no tenían una sola ventaja al respecto y eran, entre toda la población, el único colectivo (a parte del único realmente norteamericano en esencia) que veía prohibidas todas sus costumbres e impedidos y prohibidos todos sus ritos.

Eso ocurría a finales del S.XX incluso con los demócratas en el poder. Salvando, obviamente, todas las distancias, coinciden en el tiempo el reciente número de ediciones alrededor de la importancia de la posidònia, sean ensayos científicos, divulgativos, obras narrativas de ficción o lo que sea que haya motivado a no pocos autores a poner este irreemplazable ser vivo que nos aumenta la calidad de vida y los recursos para sostenerla, en el centro de una obra de ficción o de no ficción. Para adultos o en un precioso formato de libro infantil para concienciar. Obviamente dirán que precisamente aparecen por estar en peligro, pero comienza a ser más fácil de creer que el fenómeno es precisamente al revés. Florece el aprecio o la valoración de este tesoro del que disponíamos, cuando lo estamos perdiendo todo, por lógica nietzscheana, llegando a una triste conclusión: es precisamente cuando la elegía llega al punto álgido que activa su implacable esterilidad. En el momento que se generaliza, a la desesperada, la divulgación de toda una cultura o de un modo de vida, de un hábitat fundamental para que la rueda siga girando y no se pierda irreversiblemente su equilibrio, es cuando llega la destrucción.

Si los centenares de naciones indias de Norteamérica han sido esquilmadas y casi extinguidas por los invasores (que hoy ladran contra la emigración) y sus descendientes ¿cómo no van a acontecer, uno tras otro, en Mallorca los gravísimos hechos que se van sucediendo ante nuestras narices?

Cuando el Mayflower apareció en la costa oriental de los actuales E.U.A. los nativos recibieron a los enfermos y hambrientos miembros de la tripulación con lo que tenían y ofrecieron como alimento principal carne de anguila que fue durante muchos años el símbolo culinario de esa conmemoración. El conocido pavo de Acción de gracias no es más que otro cambio bien simbólico sobre el guion del dominio que se impuso. Si esas riquísimas naciones indígenas de América del Norte se han acercado vertiginosamente a su extinción, imaginen la sumisa sociedad mallorquina incapaz de defender un territorio saqueado en todos los sentidos, de norte a sur, por tierra, mar y aire.

Lo de los arenales de Sa Canova d’Artà no tiene nombre, pero de hace ya mucho tiempo que sufren alrededor de na Borges una destrucción continua de un hábitat irrepetible a base de ruidos, música en época de cría y otras barbaridades en nombre del beneficio de los analfabestias de toda la vida. En Mallorca somos tan listos que sabemos de todo y de cualquier tema y a cualquier hora. Sí, allí bien en frente de las aguas de Saluet donde el Peix Nicolau «que había nascut dins un ribell» se ahogó. Hace mucho tiempo que dimos la espalda a la historia oral. Olvidar las leyendas y los mitos. Destrucción de una cultura para luego hacer lo mismo con el territorio y finalmente aniquilar la vida, es el resultado del antiguo cuento del vencedor que nos han inculcado. Como esa capacidad tan nuestra de hacer el indio sin saber demasiado en qué consiste para acabar abriendo una auténtica academia orientada a ese fin para seguir predicando. Sin ir más lejos ese bello rincón cada año se cobra, tristemente, la vida de un buen número de turistas en esas aguas. No solo no conocen la leyenda. Nadie se la va a traducir pues hace rato cambiaron los libros por los extraterrestres sombreros mejicanos. Por eso una semana de fiesta y de descanso, de disfrute y desconexión, se convierte; algunas veces, en la llegada de un auténtico infierno para no pocas familias que verán a algún miembro de los suyos volver a casa en un ataúd. El arte, en todas sus vertientes, es la única arma potente contra la muerte. Y quien dice arte dice literatura. Hace tiempo que el turismo va contra el turista. Los mallorquines contra Mallorca y la imbecilidad contra el sentido común, hoy, el menos común de los sentidos.

Suscríbete para seguir leyendo