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Valentí Puig

Desperfectos

Valentí Puig

La política de la inercia

U n país victimista es un país que no quiere pensar su futuro. Es como pretender integrar semiconductores en un viejo teléfono de baquelita. Inercia o antipolítica son variaciones del atasco. El bloque independentista se descompuso ya al enfrentarse JuntsxCat y ERC, antes de los reproches hostiles en la jornada poco triunfal del 11 de septiembre. Cuando el mundo está en un cambio de época, trasladar a la ciudadanía de Catalunya tantos dilemas estériles no es proponer futuros.

Junts opta por la antipolítica mientras que ERC intenta atraer, al menor coste, a la franja nacionalista que Jordi Pujol tuteló durante décadas, pero le lastra su propia historia, de Prats de Motlló a octubre de 1934, irse a ver a ETA en coche oficial o precipitar el amago de secesión, en octubre de 2017. Es una táctica con elementos de inercia y sin la credibilidad de los consensos más allá del bloque independentista. Se parece a una película de serie B intentando entrar en los circuitos de estreno. Quiere repetir el peix al cove con Pedro Sánchez postergando la repetición de referéndum, no renunciar a la independencia republicana pero sin activarla. El programa es poco claro. Puede intervenir un PSC que ha instalado su carpa en una tierra que es y no es de nadie, como un puente del sanchismo sobre aguas turbulentas. Los dos jirones del independentismo solo desean salvar sus muebles, sin proponer un futuro verosímil. Puede ser un triunfo de la inercia.

Después del procés, el instrumental del catalanismo clásico ya es inservible. La ciudadanía comprobó que cuando las instituciones públicas no respetan la ley, el volumen de riesgo no tiene límite: desorden en la calle, deterioro del parlamento autonómico, descrédito público, inseguridad jurídica, traslado de empresas, retracción inversora, debilitamiento del pluralismo, perplejidad y desconcierto. Cientos de miles de electores no saben qué votar ni si ingresarán en el partido abstencionista. Falta conocer qué siglas pueden atraer los votos no nacionalistas, el caudal de votos que tuvo Cs, el voto de orden y conservador, el voto catalán no catalanista, el voto antiprocés, el voto del bilingüismo frente al arcaísmo monolingüe, el voto de quienes se sintieron excluidos por la secesión y TV-3. Por eso, no es una mera cuestión electoral que el aggiornamento posindependentista se dote de credibilidad, si es que puede. El poder moderador -según los clásicos- es el arte tan difícil de conciliar fuerzas opuestas sin identificarse con ninguna de ellas. ¿Existe voluntad de política consensual en la Catalunya de ahora? De entrada predomina la política anti-consenso.

La inercia significa no competir, simular, mirar a otro lado, no hacer nada para no desgastarse, no hablar claro para no definirse. Induce al retroceso, porque la inercia acaba fosilizando a quienes la propugnan. Al final, perjudica a la gran dinamo que sostiene la estabilidad, el pluralismo, la prosperidad, todo movimiento que se demuestre compitiendo. Es lo contrario de la vida institucional y el buen gobierno, que requieren sociedades cada vez más heterogéneas y complejas. Incluso en el boxeo con patadas -el kick boxing- hay árbitro.

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