Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Para la esperanza

En mi artículo anterior, seguramente insistí tanto y tan repetidamente en «razones para desesperar» que algunos amigos y amigas me han comentado que alguna realidad existirá digna de crear optimismo, satisfacción y en fin, esperanza. A todos los niveles, pero sobre todo a nivel social, es decir, cuando nos referimos a quienes, con su trabajo profesional o sencillamente voluntario, nos ayudan a llevar adelante este cúmulo de convivencias que llamamos España, en tantísima pluralidad de todo tipo. Porque mira que los españoles somos diversos en lugares, temperamentos, ideologías, aspiraciones, compromisos internacionales, afecto por la cultura, clases sociales y un largo etcétera. Sin olvidar la dimensión religiosa que, de un tiempo a esta parte, se ha abierto en canal para someterse a una autocrítica feroz, en medio de una secularización rampante, aunque muy poco madurada. Pues bien, entre tanta diversidad de todo tipo, aparecen «razones para esperar», que me gustaría comentar.

En primerísimo lugar, el auge del voluntariado en casi todas las comunidades autónomas. Somos uno de los países con mayor número de hombres y mujeres que dedican parte de su tiempo a los demás sin gratificación alguna, y no solo personas mayores/jubiladas, también quienes roban tiempo a su tiempo libre, y además educan a sus hijos a seguirles en estas tareas por razones humanas, sin más, o también por motivaciones religiosas. Un ejemplo: ¿qué sería de muchos grupos de población sin la presencia de Cáritas a cuya presencia ya nos hemos acostumbrado casi frívolamente? Cada día los medios nos seducen con razones para desesperar, pero dejan de lado, vergonzosamente, ejemplos maravillosos de interés fraterno, de proyección alimentaria, de asistencia a los mayores, de tantas cosas que romperían el catastrofismo mediático rampante. Sería de justicia darle un toque, aunque sea breve, al universo del voluntariado. Empezando por los paliativos. Pero se prefiere enfatizar cualquier caso de eutanasia. Es lo que hay.

Pero ahí están todos quienes dejan sus esfuerzos en el campo de la sanidad, desde médicos especialistas a sencillos pinches de cualquier cocina hospitalaria. En su momento, salimos a los balcones para aplaudir a las enfermeras, sometidas a horarios y condiciones escalofriantes, pero cuando pasó el peligro y la saturación hospitalaria, y en muchos casos se prescindió de ellas, nos quedamos callados, en un gesto de redomado egoísmo. Ese universo sanitario que tiene que emigrar por razones profesionales o sencillamente económicas, cuando aquí siguen siendo necesarios para que nuestra sanidad funcione según los paradigmas propios de una sociedad del bienestar. Y de nuevo, los medios para nada nos cuentan sus historias. Que producen esperanza… y dolor.

¿Y esos agricultores y ganaderos, ellos y sobre todo ellas, que nos permiten llegar a cualquier comercio para hacernos con una simple botella de leche o una carne apetitosa? Están al borde de fracturar su sentido profesional, que pasa por retribuciones justas de su trabajo agotador. Son personas admirables, en general completamente desconocidas, que permanecen pegados a sus tierras y a sus animales mucho más por vocación que por ambiciones dinerarias. Lo pasan mal y ese mal se convierte en nuestro alimento. Comemos y bebemos sus fatigas. Esta gente tiene que provocarnos esperanza en el sentido del deber humano. Los medios solamente nos hablan de ellos y de ellas cuando se manifiestan, pero también deberían citarles en sus tareas cotidianas. Son parte de nuestra esperanza.

¿Y esas mujeres relativamente jóvenes que no renuncian a sus maternidad, aunque se les complique la vida y vivan días agotadores en sus trabajos? Cuando nuestra natalidad es la más baja de Europa, ellas no solo dan razones de esperanza porque, además, nos aseguran la eticidad maternal. Pero los medios enfatizan en exclusiva cualquier medio de eliminación reproductiva humana. Añadamos un detalle: actualmente, son más relevantes las mascotas que los bebés. Y no se trata de demonizar el mundo animal en relación con el humano. En absoluto. Se trata de contar con una tabla de prioridades que sea digna de personas con conciencia. Esas mujeres embarazadas que doblan el espinazo sin descanso, y que, en ocasiones escuchan comentarios despectivos de quienes, ellas y ellos, las tildan de retrógradas, de masoquistas, de exageradas. A mí, me permiten recuperar la esperanza en nuestra especie. Sin más.

Y no puedo cerrar estas líneas sin citar el universo de los abuelos y abuelas que, cansados tras una vida trabajosa, meten largas horas en recoger, en llevar, atender, en amar sencillamente a nietos y nietas para que los padres, sus hijos, puedan trabajar, y en ocasiones también viajar y desestresarse. Pero a los abuelos parece que hasta el IMSERSO se les quiere quitar, un detalle que, de llevarse a cabo, debiera provocar en nosotros, sus sucesores, una ira evidente. Verlos comunica, de nuevo, esperanza, en la raza humana, porque de humanidad se trata, de seguir pensando que la dignidad humana es un valor de altos kilates. Porque es la condición de nuestra esperanza global. Y los abuelos y abuelas tienen poca presencia mediática, salvo spots publicitarios y personajes secundarios en películas de medio pelo. Y bien conozco de qué hablo.

Hay razones para una esperanza fundada porque los casos comentados son unos pocos pero podríamos extender el listado a muchas más personas que, en definitiva, dejan trozos de sus vidas en beneficio de los demás. En Ucrania, en fin, ya tan olvidada, es el valor de sus habitantes un definitivo motivo de esperanza en que la humanidad nunca abdicará de su propia esperanza. De que vale la pena morir por los propios valores, mientras los mayores lloran desconsoladamente el asesinato de los más jóvenes. En el artículo anterior mis palabras eran duras y llenas de angustia, de dolor, de desesperanza en fin. Pero en las de hoy, he querido transmitir tantas maravillas de nuestros hombres y mujeres, añadiendo su mediática ausencia por razones que no acabo de comprender. La bondad, está claro, no vende. Pero en la zona última del planeta, esa bondad asegura la continuidad del futuro de cada uno de nosotros. Menos mal.

En el recuerdo agradecido, Virginia Eza. Periodista.

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