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Arrimar el hombro

Es sabido que vivimos en un entorno en el que abundan las situaciones sujetas a prestación, ayuda o subvención y pareciera que no existe límite en la bolsa del óbolo público para ello, ahora sin ir más lejos se ha puesto en marcha un bono cultural para lo cual en apariencia tan solo hacen falta dos requisitos, el ser joven y asistir con ese bono a algún evento cultural, ignoro cuál es la concepción de «cultura» que se establece en la norma del dicho bono. No me entiendan erróneamente, todo lo que se fomentar la asistencia a representaciones culturales me parece de perlas, yo mismo aporto mi granito de arena a tal empeño, claro que yo me pago mis propias caprichos y aficiones, abonando además el iva correspondiente, que creo que ahora ronda el 10%, con el que seguramente se habrán financiado algunos de aquellos bonos juveniles, con lo cual la administración se cuelga medallas con lo que otros aportamos. Se regula sobremanera la subvención con una normativa más destinada a dejar fuera de ella al máximo número posible de solicitantes que a otra cosa pero se obvia en esa reglamentación si el beneficiario tiene alguna obligación para con el donante, esto es todos los demás.

Y es por eso que esa creatividad de la cúspide del poder lleva a sus máximos representantes a no despegar de sus labios esa frase tan bonita de que, en momentos de zozobra e inseguridad «hay que arrimar el hombro», argumento válido pero algo incompleta; es aquel deseo digno de ser seguido y que sería especialmente beneficioso si ese arrimar fuera de todos y no solo de algunos. Pero es que además esa frase tiene su origen en el trabajo rural, campesino, que es labor que precisa de esa conjunción cercana de esfuerzos. Esa repetida frase retruena en mi cabeza cada vez que en la pantalla de la tele asoman las llamas que están arrasando estos días bosques, campos y casas porque se me hace que los que se juegan allí la vida o su futuro si arriman el hombro, no porque algún político les lance la frase oportunista, sino porque no queda más remedio que hacerlo, porque lo ordena el más sencillo sentido común y un necesario sentido de solidaridad con el vecino, al tiempo que no es extraño pensar que otros en su momento y desde su responsabilidad no lo han hecho cuando debían.

Es un deseo digno de ser seguido y sería especialmente beneficioso si ese arrimar fuera de todos y no solo de algunos

Hace unos días tuve la oportunidad de leer una entrevista que tenía por protagonista al Presidente de la Asociación de Amigos del Monfragüe, de desgraciada y reciente actualidad incendiaria, el Sr. Castañares. Me impresionó su claridad de ideas, que en su mayoría comparto, mantiene que la batalla contra los incendios forestales se componen de dos patas la extinción claro, pero también la prevención, se acuerdan ustedes de aquella otra frase tan nuestra de vale más prevenir que...; y en respuesta al porqué de estos desastrosos incendios asegura que «esto es consecuencia del abandono rural y el despoblamiento. La gente se va porque no tiene futuro. Porque la Administración le impide aprovechar los recursos que tienen a mano». Es más que posible que el Sr. Castañares no ande errado. No tengo demasiados conocimientos del estado de los montes de Castilla o de Extremadura, pero si se parecen a los de aquí no les arriendo la ganancia. Si uno camina por nuestros bosques isleños no podrá sorprenderse al observar la cantidad de combustible, compuesto por ramas, troncos caídos, piñas y demás que alfombra caminos, senderos y claros y que tan solo necesitan de la imprudencia humana o de la maldad, también humana, o de que le caiga encima un mal rayo para empezar a arder como una tea seca. Hay lugares de nuestra Serra en la que todavía reposan los cadáveres de los pinos derrumbados por el penúltimo cap de fibló sin que nadie los remueva. Cierto es que el calor sofocante es primordial para los fuegos en el monte, como lo es el oxígeno, pero está en nuestra mano como sociedad el privar al fuego del tercer elemento para que el fuego triunfe, el combustible.

Y con todo ello y enlazando con el asunto de los dineros donados a ciudadanos, sin duda con causa justificada, uno se pregunta si todos aquellos que se benefician de la bondad dineraria del erario público no tienen una cierta obligación de retorno de lo recibido o si todos aquellos que se pregonan manifestantes defensores de la naturaleza, no están obligados a algo más que a la postura adecuada o la simple inacción. No sería más justo y justificado, en un caso y en otro, que cedieran algo de su tiempo libre y lo dedicaran a eso que interesaba el Sr. Castañares, a la prevención de incendios mediante la gestión adecuada del monte, disminuyendo en lo posible ese granero combustible para así reducir el efecto de los otros dos elementos del fuego. No sea cosa de que pasemos de la España vaciada a la España arrasada, sin necesidad de Putin alguno.

No estaría mal que a lo nuestro de arrimar el hombro añadiéramos aquel deseo del trigésimo quinto presidente estadounidense quien en su discurso inaugural les requirió a sus conciudadanos que no preguntaran lo que su país podía hacer por ellos, sino que se preguntasen lo que ellos podían hacer por su país. Y es que se previene mejor el fuego en el bosque haciendo algo de provecho que desde la barra del bar o la «mani» ecologista, porque hechos son amores.

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