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Matías Vallés

Limón & vinagre | Michel Houellebecq: Escritor contra todo

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Limón & vinagre | Michel Houellebecq: El disidente aniquilado

El escritor francés Michel Houellebecq, en el Festival de Cine de SanSebastián, en 2019. Juan Herrero / EFE

Cuando todos los escritores de cualquier sexo imitan a Michel Houellebecq, apenas dejan un resquicio para el original. Leer las seiscientas páginas de Aniquilación permite comprobar la excelente salud de los retratos de la vulgaridad burguesa con perfiles dantescos que modernizó el autor de Las partículas elementales. Sin embargo, también transmite la certeza de haberlo leído antes bajo otra firma, y de que el próximo libro que abordes de cualquier autor seguirá la misma senda.

Con 66 años cumplidos, Houellebecq no ha envejecido mal, sino que ha envejecido en el cuerpo de tantos otros escritores. El cascarrabias por definición de la literatura francesa comparte hoy la amistad íntima de ministros como Bruno Le Maire, y el titular de las Finanzas francesas se abre un hueco en las páginas de Aniquilación. El novelista no ha perdido sus dotes predictivas, y el libro fechado en 2027 daba por sentada la victoria repetida de Macron que se ha producido. En efecto, se trata de un augurio de bajo voltaje, otro indicio de que Francia ya no espera el nuevo título del autor de Sumisión con un estremecimiento. El frémissement escandalizado se reserva para la manada de Éric Zemmour.

Fingió su secuestro, rodó su secuestro fingido, su biografía es una cadena de leyendas, noveló a una mujer que descubre el cáncer en pleno acto sexual, domina como nadie los resortes de la civilización que desprecia, en una sociedad que precisamente va camino de la aniquilación por exceso de autoconocimiento. Se infravalora la capacidad destructiva de la conciencia, y Houellebecq ensaya una última cabriola al volverse humano demasiado humano. El truco no funciona, el rebelde no preparó a sus seguidores para leerle con un pañuelo a mano. La novela de reconciliación con sus semejantes ha atravesado las listas de ventas francesas como una simple brisa. No ha alcanzado las expectativas de los thrillers simultáneos de Joël Dicker, Olivier Norek, Bernard Minier o Franck Thilliez, por orden de importancia.

Sí, las residencias son macrogranjas de ancianos según ha demostrado la carnicería de la pandemia, pero nadie lee a Houellebecq para sensibilizarse o para plantearse un voto purificador a Yolanda Díaz. Ya hemos dado. Desde Ampliación del campo de batalla, el provocador acometió un proyecto de ingeniería social, quiso reconciliar al ser humano con el animal que lleva fuera. Ya ni siquiera escandaliza que fume, cuando los adictos a la nicotina han sido los primeros en confinarse acobardados debajo de la cama, con un cenicero al alcance de la mano.

La fascinación por Houellebecq pervive excéntrica, los libros alrededor del autor francés multiplican a la producción propia, desde perspectivas tan exóticas como el Houellebecq Economista de Bernard Maris, un excelente divulgador asesinado en el atentado contra Charlie Hebdo. El escritor es un personaje ajeno, hasta las plumas más simples o simplistas se atreven a aproximarse al pit bull terrier reconvertido en fox terrier.

La penúltima evocación de Houellebecq en la literatura en castellano corresponde a otra autora de su escudería española. Milena Busquets está convencida en Las Palabras Justas de que «el gran Houellebecq es el único personaje público del mundo que todavía puede decir lo que le da la gana por muy provocador, reaccionario o sexista que sea sin que le cancelen, le insulten o intenten acabar con su carrera». Reivindicación del status librepensador, del desparpajo de seguir describiendo a la mujer en Aniquilación como una máquina de placer, sin romper un plato. Y aunque Jorge Herralde sostenga que no publica a reaccionarios.

Houellebecq prolonga por escrito la estupefacción de Francis Bacon, al entrar en una carnicería y no ser uno de los animales colgados con ganchos en el establecimiento. Igual que el pintor, el novelista quiere describir ahora con palabras el rastro resbaladizo que deja una babosa. El inventor de los libros con fecha de caducidad ha prescrito, superado en ansia de provocación desordenada por la Francia anónima de los chalecos amarillos.

Houellebecq ya no necesita ejercer la libertad que le concede su trayectoria. Cabe enfatizar que sus imitadores le acompañarán en el ocaso, un destino visible en el Frédéric Beigbeder que era la versión chic del maldito, y que ahora se redime vendiendo sus confesiones de cocainómano arrepentido. Las fieras se han saciado, ya no solo contemplan con humanidad el rosario de patologías acuciantes, sino que hasta el amor les parece digno de confianza.

El escritor francés Michel Houellebecq, en el Festival de Cine de SanSebastián, en 2019.

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