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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Pedro Sánchez otra vez en situación desesperada, contra las cuerdas

Las ondas sísmicas del megaterremoto acaecido el domingo en el Gran Sur se dejarán sentir con fuerza en la política española; está por dilucidarse hasta dónde

Pedro Sánchez. SERGIO PÉREZ

El PSOE aborda la partida final en aparente inferioridad, con mala mano, sin asideros solventes. Es tesitura difícil para el presidente Pedro Sánchez, que ha acreditado en su carrera política extrañísima habilidad o increíble suerte para zafarse de estocadas mortales, antes y después de llegar a La Moncloa. La fortuna le acompañó siempre; basta con detenerse en recordar la cadena de colosales disparates que desembocó en la aprobación de la Reforma Laboral o cómo, mucho antes, se cepilló a los sacrosantos budas socialistas en unas primarias con todo en contra. Ha perseguido la suerte y la suerte le ha sonreído. Hasta en Europa. El domingo, en Andalucía, le ha dado decididamente la espalda dejándolo a la intemperie. La mayoría absoluta, descomunal, cosechada por el PP, no es que haya arrasado al partido socialista, que lo ha hecho, sino que, además, deja a Sánchez sin discurso, porque queda inservible el de aventar el fantasma de la extrema derecha: Vox no es necesario para que el PP gobierne. Ahí es nada, la derecha conservadora de siempre vuelve pletórica de la mano de un tal Moreno Bonilla, político untuoso, por el que no apostaba cuatro años antes ni él mismo. Cosas de la política. Lo imprevisto acaba por suceder. Tiempos gaseosos en que las mudanzas se suceden sin que nada acabe por asentarse. El PP ha materializado su sueño más húmedo. Se las promete felices. Aguarda tiempos de vino y rosas que culminarán con la entrada triunfal de Alberto Núñez Feijóo en el palacio de La Moncloa, que Sánchez abandonará con cajas destempladas.

Es lo que dice la potente armada mediática que escolta al PP. Lo proclaman los escuderos de Feijóo. Lo dan por hecho. Inevitable cambio de ciclo. Andalucía, al igual que Madrid, lo cercioran. La insuficiente victoria en Castilla y León mero tropiezo en el camino. Desaparece la hipoteca de la extrema derecha. Es posible; también lo es que las cosas no le salgan al PP como impaciente aguarda que ocurran. ¿Ha abandonado a Sánchez la fortuna que le ha arropado? No lo demos por muerto. Desde luego las declaraciones de los dirigentes socialistas son penosas. Patéticas. Cunde la impresión de que el PSOE no entiende lo que llega de Andalucía. Parece incapaz de asimilar el cataclismo. Pero tal vez, solo tal vez, convendría recelar de si el presiente del Gobierno ha rendido armas o de si todavía será capaz de realizar otra insospechada pirueta saliéndose una vez más con la suya.

Veamos, el PSOE anda desfondado; a su izquierda se abre la nada: Podemos es un ectoplasma que se diluye y la etérea plataforma de Yolanda Díaz es eso, etérea; además, la izquierda periférica, la muleta imprescindible para que el PSOE gobierne, transita descoyuntada: ERC echada al monte y el valenciano Compromís dispuesto a inmolarse por Mónica Oltra, que exhibe caradura imponente, cinismo exuberante, mucha, muchísima, incoherencia revestida de lacrimógena impostura. Con tales mimbres no hay cesto capaz de albergar mayoría suficiente para frenar a las desatadas derechas, que ya solo son dos. No demos por apiolado a Vox. En Andalucía no ha conseguido sus objetivos. Macarena Olona, Pasionaria de la derecha, ha hecho una campaña desastrosa. Impensable. Ajustarán las máquinas. La extrema derecha sabe cómo recomponerse. Observemos a Marie Le Pen en Francia. Es ceniza Ciudadanos. Lo incineró Albert Rivera. A veces los muertos tardan tiempo en ser decorosamente inhumados.

Vivimos, hay que reiterarlo, tiempos impredecibles, carentes de las reconfortantes certezas de antaño que permitían saber a qué atenerse. Pedro Sánchez está contra la cuerdas. Cierto. Lo que no es hoy comprobable es que el combate haya concluido. Fue el gran Churchill quien enunció memorable sentencia después de ganar a los nazis en el norte de África la batalla de El Alamein, en el otoño de 1942: «No es el fin de la guerra. Ni siquiera es el principio del fin. Pero tal vez sí sea el fin del principio». No demos por liquidada la partida.

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