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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Realismo mágico: el PP dice que es Macron y pacta con Le Pen

La nueva dirección del PP ha querido ejecutar arabesco imposible: afirmar que es un trasunto del centrista y liberal Macron sin que ello le impida conchabarse con Vox

E l destino, dios que se place en poner en aprietos a los humanos con asiduidad, le ha hecho una de sus jugarretas al PP de Alberto Núñez Feijóo (se tiende a eliminarle el primer apellido sin conocerse las razones): al día siguiente de que en Francia el presidente Macron, y junto a él derecha e izquierda democráticas, establezcan parapeto contra la extrema derecha de Marine Le Pen, en Valladolid, el PP forma gobierno regional con la extrema derecha española, con los colegas de Le Pen. Y hete aquí que decide mostrar a la ciudadanía cómo se la trolea al afirmar que el partido ( lo hace Elías Bendodo, algo así como el nuevo Teodoro García Egea, porque la señora Gamarra no deja de ser obligada provisionalidad) es tan liberal, tan centrista como La République en Marche de Emmanuel Macron. Demos por supuesto que el PP de Alberto Núñez es centrista y liberal, al modo y manera del partido de Macron o de la Democracia Cristiana alemana. Aceptémoslo. Se dan por ciertos inverosímiles animales de compañía. Entonces, ¿cómo explicar que pacte un gobierno con la extrema derecha, que haga posible lo que no lo es en Francia y Alemania? Núñez no lo explica. No puede. Eso sí, los pactos con «comunistas, separatistas y bilduetarras» del PSOE salen nuevamente a la palestra. En Valladolid, el esperpento en el que se ha convertido Fernández Mañueco, que no da para lo que se le demanda, provoca conmiseración. Lo malo es que estamos ante el primer acto, hay más en el libreto, con Andalucía preparada para salir a escena, de lo que aguarda en las Españas.

El PP ha aceptado que para gobernar necesita del concurso de la extrema derecha, de los colegas de Le Pen, del húngaro Orbán, de los iliberales polacos. Lo ha asumido; y, qué se le va a hacer, mejor no sonrojarse. Vox gobernará con el PP donde puedan. Si en 2023 suman mayoría lo harán en España. Vox no se recata en afirmar que quiere liquidar el título VIII de la Constitución, el que ha creado las comunidades autónomas; echar a la basura las leyes sobre violencia de género y memoria histórica. Los medios conservadores, no todos, hay excepciones, jalean; Nuñez, por el momento, no acude a Valladolid: todavía es demasiado pronto. Tendrá que hacerlo o irá a Sevilla cuando corresponda. Con las cosas del querer o del comer no hay que andar haciendo excesivos remilgos.

Lo que sí se le puede demandar al PP de Alberto Núñez es cierta pulcritud, de que no nos endose mercancía llamativamente caducada. Bendodo no debe endilgarnos que el PP es trasunto del partido de Macron y aliarse con los entusiastas amigos de Le Pen, con la alegre muchachada de Vox, que va a por todas, que, mejor no llamarse a engaño, ha diseñado inteligente estrategia que, por el momento, le da los frutos apetecidos: ha aguantado, firme el ademán, en Castilla-León consiguiendo sus objetivos, todos, sin excepción. El PP doblegado. También lo hará, si las urnas lo posibilitan, en Andalucía, donde a Moreno Bonilla le espera un genuino calvario. Para el presidente Núñez las cosas no van a ser fáciles. Ahora le sonríen las encuestas. Vox no es flor de un día. Se está en trance de dar carta de naturaleza a la extrema derecha permitiendo un gobierno en el que entre con todas sus consecuencias. Algunos lo pagarán caro. En Francia los homónimos del PSOE y PP han sido vaporizados. Queda la esperanza de que a Macron se le den otros cinco años para evitar el derrumbe del proyecto europeo. Después, Dios dirá.

Acotación aristócrata.- Es peculiar el hecho de que algunos de los que lucen orgullosos pulseras con los colores de la actual bandera española sean quienes viven dando pelotazos varios, esquilmando las arcas públicas con avaricia. Lo de Medina, marqués de no sé qué, y parece que Grande España, ofende no ya a la decencia, sino a la estética; lo de las mascarillas endosadas al Ayuntamiento de Madrid cobrando un millón de dólares a cambio de una llamada de teléfono irrita más de lo conveniente.

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