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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La política adulta

La entronización de Alberto Núñez Feijóo como líder del PP da pie a algunas reflexiones sobre el significado que se le ha querido atribuir. Uno de los que más éxito ha cosechado ha sido el invocado por Cayetana Álvarez de Toledo: «ANF es el único adulto de la habitación». Hasta tal punto que el nuevo líder no tuvo ningún empacho en hacer uso del mismo calificativo para la descripción del tipo de política que pretendía: «unidad, previsibilidad, un rumbo preciso, la Constitución, el sentido de Estado y el interés general; una política seria, en caso contrario no habría salido de Galicia, empecemos a trabajar como adultos». Prometió un cambio profundo y tranquilo, dirigido con responsabilidad y sosiego. Apeló a «enfrentarse con los problemas reales y a abandonar ese entretenimiento infantil en el que ha degenerado la política española». No está nada mal esa apelación a la realidad, quizá podría reprochársele que, además de propugnar un cambio en las conductas, hubiera avanzado las prioridades de su agenda política. Entre tanta seriedad y circunspección, sobrevolando el ser de España y las autonomías, se le coló, increíblemente, un aserto ontológicamente divisivo: «Querer a España es que se te erice la piel cuando oyes el himno de España». En realidad, lo que se eriza es el pelo al ponerse la piel de gallina, un reflejo muscular, la piloerección. O sea, que si no se te eriza es que no quieres a España, eres un mal español. Una bobada. ¿Y qué pasa si no te gusta el himno, como a mí, que lo encuentro ampuloso y rimbombante? Me eriza el pelo la interpretación de Kathleen Ferrier a las órdenes de Bruno Walter de la Canción de la tierra, o uno de los últimos cuartetos de Beethoven, o La Marsellesa cantada por los parisinos cuando fueron atacados por el terrorismo islamista, pero no la Marcha Real o Marcha de Granaderos. Podría ser que sí quieres a España, o no, y que reserves las querencias a los humanos antes que a las construcciones de la ficción. No me parece mal que el nuevo líder de la derecha incite a querer a España, lo que sí me lo parece es que lo simultanee con una afirmación, esa sí adulta, como: «dejemos de ser más españoles que nadie, más patriotas que nadie, esta es la España de todos».

Política adulta es la protagonizada por adultos y dirigida a adultos. Supone el haber asumido la realidad del mundo y la realidad de que los actos humanos, y, por tanto, los actos políticos, tienen consecuencias. Hacer política adulta es asumir el compromiso con la verdad y con la razón, descartando todo lo que no se encuentra en la esfera de lo posible y realizable. Es el escrupuloso respeto a las leyes y la asunción de las responsabilidades de los propios actos. Era política adulta Margaret Thatcher admitiendo como orden suya, «yo disparé», la ejecución de terroristas del IRA en Gibraltar por la inteligencia británica. No lo era González cuando dijo enterarse de la existencia del GAL por la prensa. No lo era Aznar cuando dijo (aleccionando a los embajadores españoles) que los atentados del 11M eran obra de ETA. No lo era Zapatero cuando aseguró que haría suyo cualquier estatuto nacido del parlamento catalán. No lo era Rajoy cuando prometió lo imposible en las elecciones de 2011; no lo era cuando dijo que los papeles de Bárcenas eran todo mentira menos alguna cosa; cuando desde el propio Gobierno se cometieron delitos en la operación Kitchen y se escaqueó de sus responsabilidades como presidente; no lo era cuando abandonó la sesión de la moción de censura dejando su escaño para tapar sus penas con alcohol; no lo era cuando, en vez de dimitir, posibilitó la elección de Sánchez. De este último qué vamos a decir, mentiras a mansalva, narcisismo, sectarismo, clientelismo, cesarismo, vulneración de la Constitución, y, sobre todo, la apoteosis del «y tú más», esa constante de la dialéctica partidaria, esa puerilidad de no asumir las propias responsabilidades, ese permanente escudarse en la ultraderecha, en el parlamento o en la carretera, ese juego del poder. La demagogia es otra característica adolescente, la de dirigirse a los ciudadanos como menores de edad, no como adultos. Política adulta es dejar en manos de los ciudadanos la elección de cada uno de los aspirantes a representarlos, no lo es darles a escoger entre listas prefabricadas de las que surgen representantes sin responsabilidad individual ante los electores. Política adulta es subordinar las emociones a los planteamientos racionales, es abandonar el fanatismo de la pureza, que, como la convicción absoluta, no es sino un camino al sufrimiento y al totalitarismo. Política adulta es el respeto a la autodeterminación y la libertad individuales, negando el intervencionismo del Estado en la regulación de la conducta privada ajena al perjuicio del otro. Reducir la política adulta a un simple consenso económico, a impuestos más bajos, a un mercado menos regulado, o a unos presupuestos menos expansivos, puede que sea lo necesario en un momento dado, hoy, dada la crítica situación en la que estamos, lo que hoy proclama ANF, pero en modo alguno puede pensarse que con ese reduccionismo se esté dando paso a la política adulta que los ciudadanos se merecen.

La irrupción de ANF en la política nacional, «no he venido a criticar a Sánchez, he venido a ganarle», abre nuevas perspectivas. Ser previsible es ser un político adulto. Actuar de acuerdo con la razón, con lo razonable, es ser previsible porque la razón está al alcance de muchos, y es, por tanto, aburrido. En política ser aburrido y previsible es también dar seguridad a trabajadores y empresarios y posibilitar estrategias a largo plazo que precisan de la confianza. Pero nada permite asegurar el éxito electoral. Seguramente atraerá el voto de antiguos votantes de Ciudadanos por su perfil moderado. Otra cosa son los antiguos votantes del PP hoy pastoreados por Abascal y Vox. Vox se disparó por la procrastinación e indolencia de Rajoy ante retos como las necesarias reformas estructurales o el del independentismo catalán. La confianza es fácil de perder y difícil de recuperar. Si, como parece, Rajoy va a ejercer de asesor de ANF, no es ésta una buena señal para los que desertaron de sus filas. Los procesos de recuperación del voto son más prolongados, si se producen, que los de su desafección, recordemos a UCD. Hoy, Vox, es el partido con la mayor tasa de fidelidad de voto, con una estimación de su porcentaje lindante con el empate técnico con el PP. Devolver una clara primacía en la derecha al PP y vencer a Sánchez es el reto de ANF. No va a ser fácil. Estaremos atentos.

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