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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La realidad acorrala al Gobierno

Justo cuando parecía que la pandemia estaba aminorando sus devastadores efectos sobre la salud, la convivencia y la economía; cuando empezaban a llegar los fondos europeos que debían impulsar la recuperación, transformación y resiliencia del país; cuando los presupuestos de 2022, ayer con ingresos inflados, hoy inservibles, contemplan 20.000 millones de euros para promover la igualdad entre hombres y mujeres, 400 euros a los jóvenes para acceder a productos culturales y la actualización de pensiones con la inflación; cuando ésta (el impuesto a los pobres) ascendía al 7% como consecuencia del incremento de precio del gas y de la electricidad y avisaba de que el futuro no era precisamente tan brillante como se aseguraba desde el Gobierno; fue entonces cuando la invasión rusa en Ucrania y las sanciones aplicadas a la potencia invasora por la UE repercutieron en las economías europeas y multiplicaron el precio de los combustibles fósiles y las tensiones inflacionistas. Ahora, las voces gubernamentales claman por una moderación de los salarios para no disparar aún más la inflación, en clara contraposición con sus socios oyentes de Unidas Podemos en el Gobierno.

Una de las primeras consecuencias del alza en los precios de la gasolina y del gasóleo ha sido el incendio entre los agricultores, pescadores, ganaderos y transportistas. Los primeros manifestándose con sus tractores, los segundos, amarrando la flota pesquera, los transportistas cesando su actividad y desfilando sin los remolques por las carreteras mientras los piquetes paralizaban a los que circulaban sin la protección de miles de guardias civiles. Los efectos inmediatos: pérdida de productos perecederos y leche, sacrificio de animales, desabastecimiento de los mercados, paralización de fábricas por falta de materia prima, aumentos desaforados de precio. Y a todo esto, Sánchez desaparecido y las ministras acusando de todo este marrón a la ultraderecha y demorando medidas hasta el 29 de marzo. Tras la reunión del ministerio de Transportes con el Comité Nacional de Transporte por Carretera, la ministra Sánchez anunció el acuerdo de subvencionar el transporte con 500 millones de euros; unos minutos antes de que una parte importante de las patronales integradas en el Comité decidieran incorporarse al paro decretado por la Plataforma convocante. El Gobierno va a continuar con su estrategia de tildar de ultraderecha a todo aquél que se atreva a plantarle cara. Se encargó de despenalizar la actuación de los piquetes en huelga pensando que sólo afectaba a sus aliados sindicales; no previó la acción violenta de piquetes ajenos a CCOO y UGT. Acosado en el Congreso, Sánchez convocó reunión de emergencia para ayer con la patronal del sector, obviando a los convocantes del paro, que anunciaron su determinación de continuar con el mismo hasta que la ministra se siente a negociar.

Pero lo que ha encendido aún más la indignación contra el Gobierno ha sido la publicación por el rey de Marruecos de la carta que le envió el 14 de este mes el presidente del Gobierno, en la que le aseguraba que la posición marroquí de autonomía para el Sáhara es «la base más seria, creíble y realista» para solucionar el contencioso. La primera impresión es de una claudicación vergonzosa ante Marruecos tras la crisis con este país a propósito de la hospitalización de Ghali (un pretexto) y del reconocimiento de su soberanía sobre el territorio en litigio por parte de Trump, continuado por Biden; y también, por la postura favorable a Marruecos de Francia y también de Alemania. La legalidad internacional sigue anclada en el proceso de descolonización fijado por la ONU y que la solución no puede establecerse sin el respeto al principio de autodeterminación del pueblo saharaui. Esta sigue siendo la postura de la UE y su Tribunal General, que declaró ilegales los acuerdos pesqueros UE-Marruecos a instancias del Frente Polisario.

Podría entenderse que la Real Politik alimentada por el islamismo en el Sahel reforzara las tesis estadounidenses de impedir a todo trance el acceso islamista al Atlántico reforzando militar y políticamente a Marruecos; las de Alemania; y los intereses de Francia, que acaba de abandonar sus compromisos en el escenario, favorables a Marruecos; pero no se ha explicado por el Gobierno cómo se benefician los intereses de España y su responsabilidad como administradora colonial, ni cómo la ruptura del equilibrio entre el reino alauita y nuestro principal proveedor de gas hasta el momento, Argelia. Se podría entender y quizá aceptar si la posición hubiera sido tomada democráticamente por algún órgano colegiado: el Gobierno o las Cortes Generales votando un Tratado. Pero no ha sido así. Nos hemos enterado por el rey de Marruecos. No lo sabía ni el Gobierno, como afirman los ministros de UP. No sólo no lo sabían, tampoco están de acuerdo; pero allí están, amarrados a las poltronas. Como no lo están los miembros del parlamento que completan la mayoría que apoya al Gobierno: ERC, PNV, EH Bildu, Más País, Compromís… Miente Albares al afirmar que siempre es oportuno un acuerdo por el que quedan blindadas Ceuta, Melilla y las aguas territoriales de Canarias y la inviolabilidad de las fronteras contra la inmigración ilegal. No existe compromiso escrito alguno de Marruecos, son deseos que formula Sánchez. Miente el Gobierno y miente el PSOE al afirmar que no ha habido cambio de posición en relación al Sáhara. Zapatero respaldó en 2008 la propuesta como una más, sin conceder que fuera la mejor solución. Mienten el Gobierno y el PSOE, pues en su programa de las últimas elecciones queda fijado que «alcanzar una solución justa, definitiva, mutuamente aceptable y respetuosa con el principio de autodeterminación del pueblo saharaui». Miente Sánchez y el PSOE permanece hundido en el desconcierto. El PSOE no existe como partido político. Está en manos de un autócrata como Sánchez, un insensato sin escrúpulos, sólo presto a asegurar el futuro de quienes celebran y aplauden sus fintas a la verdad al estilo de Corea del Norte. El PSOE no es más que una gigantesca agencia de colocación más del sistema, dirigido por un déspota que desprecia el parlamentarismo que dice defender. Una sola voz discordante: Armengol, capaz de ruborizarse.

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