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Carmen Lumbierres

No agitéis el miedo, ya no está

Hay recursos estratégicos de campaña que funcionan un tiempo y es difícil detectar cuando ya no son útiles. La llamada de Pedro Sánchez a la movilización del electorado en contra de la ultraderecha funcionó en las elecciones generales de 2019, no fue necesario en las elecciones catalanas, gallegas y vascas porque ahí Vox era irrelevante. En Madrid, la propia candidata del PP asumió su discurso y paró el crecimiento electoral de los ultras porque su discurso era perfectamente homologable, ella absorbió el voto perdido de Ciudadanos. Pero ya fue claro en esa campaña que agitar el miedo contra «la violencia fascista» en palabras de Pablo Iglesias terminó con él y con el candidato socialista Gabilondo fuera de la política.

Los resultados de Castilla y León solo siguen ahondando en la aceptación por el votante conservador de Vox como una opción perfectamente legítima, en los que el prefijo ultra pesa ya poco. La incorporación de sus líderes políticos al debate público de una manera acelerada permitió conocer más nombres relevantes de ese partido que la actual cúpula del PP, normalizando su existencia y sus propuestas, por mucho que algunas atacaran los derechos fundamentales de las minorías o negaran el terrorismo machista. No podemos olvidar que un 40% de los hombres españoles entre 15 y 29 años creen que la violencia de género no existe, y esa transformación en la sociedad se ha ido producido paulatinamente y en silencio para no romper el discurso mayoritario. Vox ha conseguido modificar la ventana de Overton, esto es, la ventana de posibles opiniones que se pueden expresar en el espacio público sin que el que las expresa sea directamente descalificado. Son propuestas aportadas al debate, aunque discutibles por la mayoría de los ciudadanos como numerosos ejemplos ya vividos, el pin parental, la criminalización de los menas o la tutela a las mujeres embarazadas. Una idea considerada inconcebible hace poco tiempo puede pasar al terreno de lo debatible cuando aparece otra opinión aún más radical. Dentro de ese margen de aceptación es donde los partidos políticos necesitan encontrarse para conseguir seducir a más ciudadanos, pero vemos que esa ventana se puede ensanchar o disminuir según la evolución de la sociedad.

En España, claramente, se ha expandido hacia las propuestas en una dirección contrarrevolucionaria con lo dominante hasta ese momento. Nos queda una segunda parte, el dilema de los cordones sanitarios, dejar que los ultras entren en los gobiernos hace que sus ideas dejen de estar estigmatizadas y calen más. En Suecia lo comprobaron hace tres años, pero eso ya es para otra columna.

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