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Matías Vallés

Casado pide ayuda al PSOE

Con su tradicional cóctel de impotencia y prepotencia, el presidente

del PP da por descontada desde Argentina la reedición de Rajoy’16

Pedro Sánchez y Pablo Casado. EP

Dos preguntas escondidas en el fondo de una dilatada entrevista con el rotativo argentino La Nación han desvelado las urgencias y la ansiedad de Pablo Casado, con mayor claridad que un mes de seguimiento de sus andanzas por España. En síntesis, el probable candidato del PP pide ayuda al PSOE. Sirviendo su tradicional cóctel de impotencia y prepotencia, el presidente no muy popular da por descontada desde Argentina la reedición de Rajoy’16, la investidura gratis total con los votos de los diputados socialistas. Colocarse cabeza abajo en el hemisferio sur dispara inesperadas conexiones neuronales.

De ahí que el suplicante «esperamos que nos dejen gobernar» de la penúltima respuesta a La Nación deba examinarse desde el plus de ingenuidad que incentiva la mudanza de continente. La precipitación de Casado obliga a interrumpirle que, antes de llamar a las puertas de su máximo competidor, convendría que amarrara el respaldo de su propio partido. Por ejemplo, en la última pregunta se esfuerza por relativizar el peso de Isabel Díaz Ayuso en el rebrote del PP en las encuestas, siempre tan volátiles.

Como mínimo, Casado descarta una mayoría absoluta «que ahora no nos concede ninguna encuesta». Tras sincerarse ante la utopía de un triunfo en solitario compartida hoy con la mayoría de gobiernos europeos, le devora la ansiedad por apropiarse de los votos ajenos. De ahí que el PP se haya visto obligado a corregir desde España a su propio presidente, para aclarar que el entreguismo le será solicitado a un PSOE que se haya despojado de Pedro Sánchez. Sin esta exclusión, los socialistas podían formular una petición recíproca que obligara a ambos rivales a entregar La Moncloa a la minoría mayoritaria. Y sobre todo, involucrar al actual presidente del Gobierno implica el reconocimiento de méritos a su gestión, torpedeando por anticipado la campaña electoral de los conservadores.

En vez de buscar amparo en las encuestas tornadizas y tan generosas con Díaz Ayuso, el presidente del PP debería abordar la inmensidad de su tarea. La «tendencia estructural» que detecta en los sondeos peca de inconsistente, frente al reto de enderezar el peor resultado histórico de los populares, remachado además por duplicado en 2019. Una vez verificada la mejoría propia, Casado debe abordar la segunda etapa de superar al PSOE con el margen suficiente para neutralizar cualquier aspiración del rival.

El nerviosismo que obliga a implorar «que nos dejen gobernar» se debe a que España solo registra un presidente del Gobierno respaldado por menos diputados que la oposición. En efecto, se trata de Sánchez, que tras la moción de censura de 2018 se apoyaba en 86 diputados, tres escaños menos de los que cuenta Casado en la actualidad y más de medio centenar por debajo de los que ostentaba el desalojado Rajoy. En aquel momento se violaron todos los axiomas, se suprimió la presunción del partido más votado.

Por tanto, Casado ha de anular al PSOE hasta el límite de la aniquilación, antes de demandarle su ayuda en la investidura. La aparición en Argentina de la gran coalición española exterioriza asimismo la vergüenza del PP ante una alineación con la extrema derecha moderada, no se vaya a sulfurar Macarena Olona. Colocado ante el dilema, el entrevistado alardea de un programa tan «reformista que no va a estar nunca cien por cien de acuerdo ni con Vox ni con el Partido Socialista».

Este disparate porcentual, porque ni siquiera un votante del PP acuerda al cien por cien con su partido, implica un indicio de desesperación. La igualación de PSOE y Vox, pronunciada en frío y no en el fragor de un mitin, no va a granjearle a Casado una simpatía de los partidos equivalentes traducible en votos de investidura. En realidad, se sabe condenado a los designios de Santiago Abascal, y para conseguir el apoyo de la ultraderecha moderada «sin ninguna contraprestación», se inventa otro socio hipotético. Es un error de paso del Ecuador, que nunca hubiera cometido en casa, donde ha creado un problema adicional a sus huestes.

Casado conoce el precio reputacional de un ministro de Vox, hasta el punto de que prefiere asignar carteras imaginarias a socialistas light. El concienzudo diseño de un Gobierno a su imagen y semejanza conlleva el efecto perverso de olvidar que dista de haberlo conquistado. Se ha inspirado con retraso en las grandes coaliciones firmadas por Angela Merkel, ahora que han periclitado para dar lugar al equivalente de un ejecutivo con el PSOE en el fulcro, flanqueado por Podemos y Ciudadanos.

Al margen de su imprudente alzamiento del velo sin convocatoria electoral de por medio, Casado habla desde la tranquilidad de que no puede descartarse un nuevo Gobierno del PP avalado por la izquierda. En el escabroso trienio de 2016 a 2018, la sumisión socialista llegó al extremo de que Rajoy ponía la predisposición del PSOE como ejemplo a Albert Rivera, más díscolo. En cambio, España no verá jamás un presidente de izquierdas investido en el Congreso por la derecha. Ni aunque Sánchez viaje a la Argentina para anunciarlo.

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