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Juan José Company Orell

Todos del mismo barro

Al Excelentísimo Presidente de la República Bolivariana de Venezuela se le pueden achacar muchos defectos pero la falta de listeza, de agudeza, no es uno de ellos; ahora, al abrigo del flujo del momento, quiere o exige que se pida perdón por el «genocidio» español en América contra los pueblos originarios, léase nativos precolombinos, y aún lo temporaliza y lo establece en un plazo de 300 años que, si los números no me engañan, deberían haber transcurrido entre los años 1492 y 1792; y esa precisa interesada temporización es de lo más oportuna porque así se evita la aplicación del calificativo de genocidas a los criollos que accedieron al poder tras el conflicto de independencia. A mí se me antoja que quizá lo primero sería que los banales empleadores del término «genocidio» nos explicaran concretamente lo que para ellos significa tal término, pero ese es otro tema.

Y es que, seguramente, el excelso sucesor de Bolívar conoce muy bien que, como tantos otros, el Libertador y los que con él sirvieron a la causa revolucionaria también tiene rincones oscuros y aún inconfesables en sus vivencias, como por ejemplo la pobre opinión que mantenía de aquellos originarios pobladores y de algunos otros traídos a América pues consideraba, como mantuvo en correspondencia cruzada con los británicos, que «de todos los países, es tal vez Sudamérica el menos apropósito para los gobiernos republicanos, porque su población la forman indios y negros, más ignorantes que la raza vil de los españoles, de la que acabamos de emanciparnos»; es portentoso como en una sola sentencia el prócer de la independencia sudamericana se aliviaba por igual en indios, negros y españoles, «raza vil» que por cierto poblaba las ramas de su propio árbol genealógico.

Concepción no precisamente zalamera que extendía a los mestizajes, como el de los mulatos, como es de apreciar en otra de sus cartas, ésta dirigida a Francisco de Paula Santander donde el Libertador se explaya de la siguiente manera: «Porque ha de saber ud. que los pastusos… son los demonios más demonios que han salido de los infiernos… Los pastusos deben ser aniquilados y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiado merecidos».

En no pocos lugares se recuerda en aquellas tierras cómo se las gastaba el Libertador y sus lugartenientes cuando se imponía la necesidad de la guerra, de lo que es buen ejemplo la Navidad Negra (24 de Diciembre de 1822) de Pasto, en la actual Colombia y el modo en el que se condujeron algunos de sus subordinados en aquella región en los años siguientes; buena prueba de ello es la orden escrita, pocos años después, por Comandante Juan Barreda con la que indica a su subordinado que «desde Pastos adelante, cuanto hombre se encuentre, y más si son indios e indias, deben ser sacrificados a la venganza de nuestras armas, pues he experimentado que todos son nuestros crueles enemigos, y de ello a nuestra vista impondré a V.S. Esto mismo tengo hecho presente a nuestro benemérito señor general Salóm. Nuestros infieles prisioneros fueron víctimas de los bárbaros, por lo que no se debe dar cuartel a ninguno, aunque no se hallen con las armas en la mano. Todo debe ser secuestrado sin oír reclamaciones pues todos son unos alzados canallas que nos han hecho la guerra más cruel».

En fin que no parece que los próceres de la independencia sudamericana fueran extraños ni melindrosos a actuaciones ¿genocidas? o que se mostraran muy proclives a la protección de los «pueblos originarios», pues como indica el historiador británico John Lynch, en su biografía de Bolívar «básicamente, los indios fueron los perdedores de la independencia» y más adelante añade que «tampoco cumplió con las expectativas de los grupos mestizos. Desde mediados del siglo XVI las esperanzas de progreso social de los pardos dependían de la metrópoli. Fue la política española la que introdujo un primer grado de movilidad social, pese a las protestas y a la resistencia de los criollos. Y ahora eran los criollos quienes estaban en el poder, las mismas familias que se habían manifestado en contra de que la universidad, la Iglesia, la burocracia y el ejército abrieran sus puertas a los pardos. Para la masa de los pardos la independencia fue, a lo sumo, una regresión».

Y es que como aconsejó Pérez Reverte no es oportuno sacar a pasear en demasía las andanzas de los abuelos en nuestra guerra incivil, no fuera que nos diéramos de bruces con actuaciones de aquellas nada constructivas; no menos se puede argüirse de la guerra, no menos incivil sudamericana, pues no otra cosa, fue aquella contienda entre españoles, descendientes de españoles, de aristocracia criolla o no; indígenas, realistas o patriotas, o mulatos, favorables o contrarios a la causa de unos o de otros. Sensatez.

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