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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

La Plaza de España prosigue su imparable degradación

Sobre el centro neurálgico de Palma se ha abatido maleficio que hace de él vergüenza para propios y visitantes: deteriorado, sucio, abandonado de la mano de Dios

La Plaza de España prosigue su imparable degradación

Hubo un tiempo, perdido entre las brumas del pasado remoto, en el que la plaza de España era lugar agradable, dotado de característico sello, presidido por la escultura, como hoy, del Conqueridor sobre la que, como hoy, se posaban las palomas haciendo, qué se le iba a hacer, sus fisiológicas necesidades. La rodeaba un plácido estanque. El pavimento era ad hoc. En fin, plaza con idiosincrasia, dotaba a Ciutat de personalidad. Era la plaza de España, la que se creó cuando, en los inicios del siglo XX, se derribaron las murallas. Llegaron las elecciones democráticas, después del inacabable pasmo de la ignominiosa dictadura, nada ocurrió en la plaza: el alcalde Aguiló, primer socialista en ocupar el despacho principal de Cort desde 1936, mantuvo las trazas del lugar, lo mismo que su sucesor, el conservador Fageda. Pero el destino empezaba a urdir sádicos designios. A Fageda le sucedió Catalina Cirer, incompetente extrema, razón por la que ha sido, además de alcaldesa, delegada del Gobierno y consejera de un Gobierno de Gabriel Cañellas; también diputada en el Parlamento balear y ocupado escaño en el Consell de Mallorca. Inútil con padrinos. Junto a Cirer se encaramó al poder municipal José María Rodríguez, factótum del PP, convertido en alcalde efectivo relegando a Cirer a actos floclóricos, religiosos o laicos (la foto portando las andas de una Virgen junto a Rodrigo de Santos es imperecedera), con lo que se dieron las precisas condiciones para que se perpetrara la debacle. Rodríguez, efímero delegado del Gobierno, el mismo que habló por teléfono con el alcalde de Andratx para comunicarle, poco antes de los registros de la Guardia civil en el Consistorio, que «hoy es lunes y estoy en mi despacho», el que ocupaba como consejero del Gobierno de Jaime Matas, ahí es nada. «El bisonte», apodo con el que se le conocía en el PP, ya había destrozado a conciencia los bordillos de tres cuartas partes de las aceras de Palma (¿dónde están los originales de piedra?), se disponía a hacer otro tanto en la plaza de España. Cirer y Rodríguez consumaron la felonía: el pavimento quedó reducido a unas resbaladizas pizarras incapaces de aguantar incólumes. El estanque se transmutó en abrevadero de aves. Hierros oxidados en los parterres. El Conqueridor asistió impotente al desastre.

Después llegó la alcaldesa socialista Aina Calvo, con destacado lugar en el panteón de políticos inútiles, de la que solo consta haber garantizado para la posteridad la permanencia del pedrusco fascista de Sa Feixina. Nada más. Nada menos. Se le agradecen los servicios prestados: es delegada del Gobierno. Igualará la portentosa carrera de Cirer. Y tras Calvo arriba Mateo Isern, otro del PP. Buenas palabras. Galante. Notable presencia física. ¿Hechos? Ninguno, porque, dicen, Rodríguez no le dejó. Acotación inolvidable: Cirer lideró el fiasco de la recogida subterránea de basuras. No ha rendido cuentas. Se fue Isern, que quiso regresar de la mano de los hoteleros, que creyeron ser el financiero Juan March olvidando que para hacer de Juan March hay que ser Juan March. Los hoteleros no son ni la sombra de aquel genio. Llegó el apacible socialista José Hila compaginando mandato con el pesemero Noguera, que, aparte de manosear con insufrible indecencia la figura noble y trágica del alcalde Emilio Darder, se fue tal como vino: de vacío, vapuleado contundentemente por las inapelables urnas.

La plaza sigue penando su deterioro: se sustituyen las baldosas dañadas por cemento. Isern dijo, ya en la vida civil, que tenía en mente convocar un concurso de ideas. A buenas horas. Volvió el alcalde Hila, educadísmo, la plaza deterioradísima. Consumida la mitad de su mandato la plaza de España fenece.

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