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Matías Vallés

Sánchez aprende de Macron

Madrid solo acepta la crisis en términos de Madrid, cuando las regionales francesas han condenado al presidente sin partido

Madrid es una capital de provincias, de cultura limitada aunque pletórica de hidalgos. Pedro Sánchez se despeja del madrileñismo por su falta de retórica, patentizada al encabezar el pelotón de un fusilamiento sin contemplaciones de su propio Gobierno. Ya nadie afirmará que el presidente es más cruel de lo que parece, sino que parece más cruel de lo que es. Cuando cede el olor a pólvora, Madrid conjetura que la voladura presidencial por fuerza ha de inspirarse en Madrid, por no conocer otra realidad ni aspirar a atisbarla.

En concreto, se asocia por unanimidad la crisis gubernamental a las secuelas de las elecciones madrileñas de mayo, donde los socialistas experimentaron con una participación sin candidato. Pese al ombliguismo, el madrileño Sánchez se ve obligado a viajar fuera de Madrid por exigencias de su cargo, lo cual le ha puesto en contacto con civilizaciones tan exóticas como la francesa.

En París y alrededores, Emmanuel Macron preludió el fenómeno después exportado a España de un presidente sin partido, fiado exclusivamente a sus capacidades y a un círculo pretoriano casi adolescente. El fracaso de esta propuesta huérfana en las regionales francesas ha sido morrocotudo. El votante no conoce términos medios, o un líder providencial o unas siglas bien engrasadas. Sánchez se siente más alto y bien plantado que Macron, por lo que las únicas enseñanzas que está dispuesto a tomar del francés se inspiran en sus fracasos.

El escarmiento en las barbas del vecino francés explica la crisis de Gobierno con más acierto que el etnocentrismo castizo. Según esta doctrina, solo una madrileña como Díaz Ayuso puede meter en problemas a un madrileño como Sánchez, el resto es humo. Aclarado el influjo matricial francés, el descubrimiento tardío de que Sánchez se presentó por las siglas PSOE no merece tal vez un revuelo analítico excesivo, a falta de saber dónde está escrito que ser gobernados por el actual partido socialista es preferible a someterse a la batuta de Sánchez a secas.

Aunque el PSOE se parece a Madrid en que los habitantes de ambos colectivos se asombran al descubrir que hay vida extramuros de sus fortines, y pese a la extraordinaria campaña promocional llevada a cabo por Pablo Casado, este Gobierno viene anclado en la vulgaridad por vocación propia. La reacción altisonante del presidente popular, que ha superado en fiera indignación a la extinta soprano Inés Arrimadas, traduce una maldisimulada envidia. Qué no daría el líder del PP nómada por ejecutar literalmente una revolución similar en su corrala.

Casado anhela emular la falta de misericordia que le reprocha a Sánchez. El presidente del PP se metió en un lío al comparar la crisis con una estrambótica partida de ajedrez, donde tuvo que conceder que el presidente del Gobierno ejercía de rey incontestable, la reina era el independentismo seguramente travestido y el jefe de la disminuida oposición no alcanzaba ni para peón. Cargar contra ministros a quienes solo conoce la mitad de la población es más injusto que disparar contra los adolescentes del botellón, aparte de que solo sirve para promocionarles.

Sánchez se ha desentendido de las incorporaciones mediáticas o astronáuticas, su nuevo gabinete habla el burocratés. Eleva a tres alcaldesas de municipios que suman 150 mil habitantes, aunque con el mérito de que ninguno se ubique en la ubicua Madrid. Se implantan currículos ministeriales resumidos en concejala y alcaldesa de la villa en cuestión, a falta de saber qué piensan las decenas de alcaldes socialistas al frente de consistorios más poblados. También aquí se cumple con la tradición francesa de compatibilizar alto cargo en París y alcaldía en provincias, pero en el sentido inverso a la promoción ahora implantada en España. Allí siempre irradia la Ville Lumière.

La crisis antiarrugas del Gobierno provoca que, de repente, Podemos se transforme en el partido viejo de la coalición. Pablo Iglesias sería hoy vicepresidente primero por corrimiento de cargos, o al menos hubiera evitado la decapitación de Carmen Calvo para no encumbrar al fundador y enterrador de Podemos. Una cartera que concentrara Consumo, Igualdad, Universidades y Derechos Sociales se consideraría injustificada por falta de competencias. Pues bien, esa amalgama se halla parcelada en cuatro ministerios estériles, para justificar la presencia en el gabinete de Ione Belarra, Irene Montero, Alberto Garzón y Manuel Castells. El cuarteto de la supuesta izquierda radical figuraba entre los ocho ministros peor valorados según el CIS, copando las tres posiciones colistas. Pese a ello, y dada su irrelevancia, nadie se preocuparía ni de arrancarlos como maleza. Además, son tan intocables como Vox para el PP.

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