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Matías Vallés

Es urgente vacunar al futbolismo

El rey de los deportes está aquejado de tantas enfermedades que cuesta imaginar que la inmunización prioritaria corresponda al coronavirus

El futbolismo necesita urgentemente una vacunación, y no está claro que el catálogo de preparados con autorización hasta la fecha pueda encarrilar a la selección española hacia el título continental, el único objetivo que justifica el tratamiento farmacológico del equipo. El deporte es la continuación de la política por medios pacíficos, y la injerencia o inyección literal del Gobierno en la larga marcha hacia la Eurocopa española debe desaparecer antes de que desencadene efectos irremediables.

La encomienda de la vacunación al Ejército también peca de equívoca, porque lanza el mensaje de que los menores de cuarenta años son los desocupados nacionales por lo que pueden dedicarse a actividades ociosas, en un país donde el empleo pero no el trabajo se halla en manos de las edades provectas. Aparte de que si la noticia traspasa fronteras, Marruecos puede aprovechar el desvío de la atención militar hacia actividades farmacológicas para programar una invasión de la Península, ahora en toda regla.

Ha costado decidirse sobre la enfermedad futbolística a interceptar, y aquí es obligado mostrar comprensión hacia el Gobierno. El deporte rey está aquejado de tantas enfermedades, que cuesta imaginar que la inmunización prioritaria corresponda al coronavirus. El balompié es la única rama de la economía más devastada por la pandemia que el turismo, lo cual no impide que sus trabajadores estrella se expresen en millones de euros. Son un par de centenares, pero la escasez numérica de los privilegiados no amortigua los muy justificados ataques a los salarios de los banqueros.

Reconozcamos el alivio que suscitó la primera noticia de la vacunación militarizada, al leer apresuradamente el titular de que «El Ejército sustituirá a la Selección en la Eurocopa». Ojalá, dadas las perspectivas. La vacunación puede aceptarse como un mal menor, por si los aficionados sevillanos liberados de la PCR se ponen a toser masivamente en La Cartuja. De hecho, el estornudo colectivo puede sustituir al abucheo como expresión del descontento de la parroquia, en la nueva normalidad.

El fútbol es todo alboroto, y las jeringuillas no permiten ver el bosque de la primera selección española sin un solo jugador simbólico. La generación de Morata, por citar a Mourinho. Es una escuadra de clase media, por mucho que se desgañiten los cantores de sus fabulosas y fabuladas virtudes para transformar a destripaterrones en fenómenos. Por tanto, no se persigue una inmunización, sino una coartada para el grupo de riesgo. Los desfallecimientos, mareos o despistes en combate podrán ser atribuidos a efectos secundarios de la inyección. Con la advertencia de que, en pandemia, la calidad previa no decide el resultado. Tres de los cuatro semifinalistas de la burbuja de la NBA en Disneyworld han quedado apeados a las primeras de cambio de la actual disputa.

Es decisivo por tanto que inyecten algo fuerte a los futbolistas, y que les extiendan el pasaporte covid por si son pasaportados de la Eurocopa. En todo caso, la aportación química desvela un notable déficit de valores patrióticos. Nadie se imagina al bloque de Juanito, y otros héroes ensangrentados como el propio Luis Enrique, importunados por un virus en vísperas de un Europeo. De hecho, las declaraciones altisonantes del actual seleccionador demuestran que está más necesitado de extracciones que de inyecciones, porque a cada respuesta repite que «esto me pone».

Se llega así al meollo de la vacunación futbolística. Por primera vez se les discute un privilegio a los gladiadores del balón, el fútbol tampoco es lo que era. El futbolismo, único movimiento populista inalterable de la realidad política, no se imaginaba una oposición tan sólida a su supremacía. Los actores secundarios de la selección se convierten en depositarios del rencor que dejó exentos a grandes defraudadores del gremio, como Messi o Ronaldo. Los programas deportivos han de defender a los seleccionados, en lugar de imponerlos imperiales. Los jugadores tendrán que inventarse un Espartaco, y desde luego que el capitán Jordi Alba no da para el personaje.

Lejanos los entorchados globales de una selección archivada, la noticia más intensa que proporcionan sus herederos consiste en la apresurada restauración de su nivel de anticuerpos. En la última incursión victoriosa del futbolismo agonizante, se desnuda sin disculparlo el escándalo de los generales, obispos y dirigentes políticos que se apropiaron indebidamente de las vacunas correspondientes a personas más necesitadas. Los asaltacolas presumen de salvar vidas, pero la suya propia en muy primer lugar, predican un españolismo para quien pueda pagarlo. Debe aceptarse que la trifulca sobre la inmunización o inmunidad de la selección estaría mejor orientada a exigir la vacunación de trabajadores auténticamente esenciales. Ahora bien, no se conoce ningún artículo previo en tal sentido de quienes ahora esgrimen este argumento compensatorio, otra cortina de humo.

Empezando por este artículo, se ha hablado con más intensidad y atención de la vacunación de un grupo de millonarios que del deficiente grado de inmunización de la población en general, que ha conllevado la condena turística del Reino Unido. Con estos mimbres deformados no se fabrica un país, y mucho menos una selección campeona.

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