No han hilado muy fino los miembros del TSJ al argumentar que el monumento de Sa Feixina ya no es franquista al haberse retirado, por el ayuntamiento presidido por la actual delegada del Gobierno, los signos que lo identificaban como tal y, en consecuencia, no le es de aplicación la demolición basada en la vigente Ley de Memoria Histórica. La tesis defendida por sus partidarios, con una intensidad digna de mejor causa, es que eliminando los elementos que más explícitamente relacionaban al conjunto escultórico con su origen franquista, este ya pierde su valor simbólico sin que de su lectura se pueda deducir representación alguna de las triunfantes ideas que lo erigieron. O sea que es bello en sí mismo, independientemente de la causa que lo motivó y su monumentalismo nada tiene ahora que ver con la ideología falangista de la dictadura del generalísimo, ni con los homenajes fascistas que se realizan a su sombra y cara al sol.

Las arquitecturas representativas de las dictaduras, simbologías del único poder político, se caracterizan por la desproporción de sus dimensiones- remarcando la altura para empequeñecer nuestra humilde existencia- , por la adopción del lenguaje clasicista, por un contundente acabado pétreo, y por rectas aristas casi minerales que reafirman su voluntad de permanecer. Y para no ir a los conocidos ejemplos del EUR de Roma o la arquitectura de Albert Speer, nos puede servir como muestra de arquitectura monumental el conjunto de la plaza Colón de Madrid (Vaquero Turcios) no por casualidad elegido de forma repetida como telón de las concentraciones ultraconservadoras.

El monumento levantado en 1940 en memoria del buque de la armada franquista Baleares es una conocida muestra de la representación arquitectónica de las ideas autoritarias y dictatoriales que durante demasiados años se nos impusieron y su simbología no se ha alterado por eliminación de algunos elementos accesorios que la remarcaban. Ni un solo argumento arquitectónicamente sólido se ha aportado para justificar su asombrosa catalogación. A no ser que se tenga por tal el que fue proyectado por un excelente arquitecto.

Monumento a la bandera de Angel Guido (1940) en Rosario, ciudad argentina donde vivió Francisco Roca.

Por cierto, Francisco Roca vivió y trabajó en los años treinta del pasado siglo en la ciudad argentina de Rosario, donde en 1940 el arquitecto local Angel Guido ganó, con el lema «Invicta», el concurso para proyectar el monumento histórico a la bandera, obra cumbre del lenguaje arquitectónico monumental de América Latina, que reproduzco en parte, por su extraordinario parecido, salvando la escala, al de Sa Feixina.

Todo lo hecho y dicho para la permanencia del monumento «re significado» me ha recordado a la conocida paradoja del barco de Teseo de la mitología clásica: durante el viaje de regreso de la isla de Creta el viejo barco de treinta remos se fue dañando progresivamente lo que obligó a la tripulación a substituir y reciclar buena parte de sus piezas, de manera que el navío llegado a puerto mantenía pocas del que salió de Creta pero paradójicamente era el mismo barco.

La esencia, la identidad y el simbolismo siguen siendo los mismos del monumento fascista que el general Franco inauguró en Sa Feixina y los subterfugios para normalizarlo no consiguen otra cosa que falsear la memoria.