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Miguel Vicents

La vacuna milagrosa

La vacuna contra el coronavirus cambia la percepción de la sanidad pública con un pinchazo. Ese es su principal efecto, casi por encima de la inmunización. Mientras eres una tarjeta sanitaria incluida en uno de los diez grupos de la enorme población diana, el proceso de vacunación es una vergüenza mal gestionada que no nos permitirá salvar el verano, una cola enorme y lenta organizada por ineptos que seguramente no terminará y de cuyo murmullo salen afirmaciones muy sesudas sobre lo bien que lo están haciendo en otros países. Los cuñados elogian sin medida a la militarizada Israel, a Gran Bretaña, a Estados Unidos e incluso a la República Dominicana. Se han escrito elogios sobre la política sanitaria de la República Dominicana para denigrar la española, argumentaciones que sus autores seguramente cambiarían a la velocidad del rayo de haberse visto con una simple gastroenteritis vírica en un centro médico turístico del país caribeño. Pero vale todo contra la vacunación que no llega, incluso la organización de grupos de empresarios para traer a Balears una imaginaria y enorme partida de la vacuna Sputnik que nos saque del atolladero.

Todo cambia con la llamada que jamás iba a llegar, con la esperada cita. Las críticas furibundas se convierten en elogios a la perfecta organización del proceso y en alabanzas a la enorme profesionalidad de los sanitarios. Somos muy celosos de nuestra intimidad, pero ese día nos hacemos un selfie para celebrar el acontecimiento sin pensar en el ridículo e incluso la arquitectura del Polideportivo Germans Escalas o las carpas de Son Dureta nos parecen ahora de una funcionalidad admirable. La próxima vez quizá nos vacunamos antes contra la ignorancia. Yo el primero.

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