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tribuna

Gibraltar español

Conocedor de mis tendencias y aficiones de búsqueda, el algoritmo me deparó un vídeo, blanco y negro, en esa biblioteca visual denominada Youtube, que asemejaba el cómico Albert Boadella imitando al general Franco.

El payaso ha de seleccionar muy bien de quien mofarse a fin de que las risotadas provoquen el menor riesgo para su quehacer. No todos son Pepe Rubianes, libre «hasta el infinito y más allá» (Buzz). Y en esto de elegir objetivo D. Albert siempre fue diligente y astuto, como aquel director de periódico local que, en pleno mar de corruptelas, escribía con dos virtudes, nadie le entendía -si es que tenía algo que decir- y su opción nunca derrotaba riesgo por la derecha.

Pues se trató del mismísimo general Francisco Franco en una alocución navideña del año 1957. Felicitación con advertencia, «es necesario que los españoles se aperciban de que los bienes, pocos o muchos de los que disfrutan, están fundamentados en la unidad, la paz y el orden interno». Me entretuvo el garbeo por la caverna y constaté algo así como una «presencia real» (George Steiner) el concepto unidad, de la patria y más. Así en la alocución navideña de 1958 pontifica, el generalísimo, que «debemos impetrar la protección divina» en aras a la «unidad política y fortaleza interna». La fuerza es el resultado de la unidad, lo contrario es debilidad, flaqueza, flojera, de la que se aprovechan los enemigos «que no descansan».

Y en el mensaje, idéntica la ocasión, de 1960, celebrados los «veinticinco años de paz» nos recordaba, adusto y huraño, como habiendo firmado alguna sentencia de muerte hace pocas fechas, de dónde venimos, «los vaivenes de la disgregación que el sistema político engendraba… la Patria degradada y empobrecida se precipitaba por la pendiente de la desintegración», para rogar, impetrar otra vez, «pidamos a Dios, que es el que en última instancia decide la suerte de los pueblos, que siga dispensando su ayuda a nuestra Patria para conservar la unidad… permanezcamos incondicionalmente leales a estas permanentes consignas, unidad religiosa, unidad social y unidad política, pilares firmes de nuestra paz, de nuestra grandeza y de nuestra libertad». Y en su postrera arenga navideña remata, como una despedida, avant la lettre, «Dios conceda a España todo lo que honestamente se puede desear unidad, convivencia y paz». «La paz de las bayonetas», claro (Gil Robles).

La constante referencia a la unidad, de la Patria y otras, tiene una raíz teológica -esa disciplina más que ciencia edificada, de principio a fin, sobre el lenguaje (Puente Ojea)- aquí la unidad se transmuta en unicidad cuyo significado se refiere a Dios ser único e indivisible, como la patria y su patraña, si bien es valor supremo inmediatamente matizado por ser trino -el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad-. La Virgen María es punto y aparte.

La Trinidad, Santísima, quedó en torno al sagrario y no accedió a la Patria, una y pura, asentada, eso sí, en una sólida trinidad, otra vez trino, formada por la familia, el municipio y el sindicato -también único, y vertical como la mejor sonrisa, por cierto.

En la Constitución del 78 la patria es una y diecisiete. Así es como se produce una auténtica distribución del poder dentro del estado, como Dios en trino. Antes tanta patria y unidad impidieron que llegáramos al negocio -en eso consistió también la transición- sabedores de que tras todo concepto grandilocuente hay un beneficio que actúa como ventrílocuo de aquél, o de Franco, o de Boadella.

Sobrecogidos por la rebelión catalana los obispos españoles advirtieron con gravedad la ofensa moral a Dios, a la Patria, o lo que es lo mismo a la unidad y la unicidad. «No se puede ser independentista y buen católico», proclamó Antonio Cañizares. Y el inigualable bastión de la moral pública Antonio María Rouco Varela nos dejó una perla sabrosa, «el independentismo no concilia con la conciencia católica».

Son muchos los herederos y portadores del sagrado concepto, la unidad. Celebraron un auto sacramental, retransmitido a todos los confines del orbe, el denominado, afamado, e indigno día de las hostias, enviando, a tal fin, como su nombre indica, a la Guardia Civil, coreada y jaleada convenientemente en su desplazamiento con la canción de la Banda del Capitán Canalla «a por ellos oe oe oe». Repartieron la comunión de lo lindo a esos catalanes separatistas y separadores que estaban de fiesta. La del votar.

Ofendidos por la presencia de una colonia en tierra patria, y por el hecho incomprensible de que los habitantes de ese espacio no quieren ser españoles se ha organizado un desplazamiento popular al que me he apuntado. Con la misma música y con las alforjas bien cargadas de hostias para repartir. Mi héroe, el coronel Pérez de los Cobos, al frente. Rosa Díez y Dña. Cayetana en los flancos. Todos camino de Gibraltar.

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