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No es país para viejos

Si tienes 68 años para 69, ya casi nadie te tiene en cuenta. Si tienes 95 como la abuelita Lluisa, el IBSALUT tarde meses en llamarte para vacunarte. No digo que en esta isla todo vaya peor que en el resto del país. ¡Ni hablar! Los doctores de Son Espases salvaron a mi hijo mayor de coronavirus y doble neumonía, serán mis héroes toda la vida, siempre.

No, no, lo que digo es que no deja de ser tremendo que superados los 60, todo se vuelva en tu contra, curiosamente cuando, después de haberlo dado todo (o casi todo) por tu país, te dispones a disfrutar de los años que te quedan con serenidad y no digo, no, con felicidad. A determinada edad, como decía mi padre, que murió al año siguiente de jubilarse, si te levantas y no te duele nada, es que estás muerto.

Lo que digo es que acabo de experimentar, por partida doble, lo que es tener muchos años. El caso de la abuelita es tremendo ¿a qué sí?, pues han tardado meses y meses en llamarla para vacunarse. La explicación que me dio una señorita amabilísima del Centro de Salud de Arquitecte Bennassar, ¡ojo al dato!, «es que esta pandemia ha servido para que el Govern y sus responsables de Sanidad se den cuenta que Mallorca es el lugar de Europa con más habitantes que superan los 90 años, lo que no deja de ser sorprendente».

¿Sorprendente? Cómo va a ser sorprendente si uno de los mejores entrenadores de fútbol del mundo, el alemán, cómo no, Jürgen Klopp, acaba de decir que él no quiere entrenar al Real Madrid «sino al Mallorca». No me puedo creer que el Govern haya necesitado una terrible pandemia para darse cuenta de que muchos (demasiados) de sus vecinos son abuelitos de más de una docena de países.

Abuelitos, por cierto, que, posiblemente, les ocurrirá lo que a mí. Y es aquí donde les narro mi segunda sorpresa o comprobación: si no eres un moderno (y a los 68 años, nada de eso es exigible, lo siento), si no estás al día, si no vives pendiente del móvil, si no sabes manejarte con el celular, si no miras tus cuentas bancarias y haces todas las gestiones a través del móvil, no existes, no eres nadie. Eres un mierda, con perdón o sin perdón, más bien sin perdón. No solo eres un viejo, un mayor, un miembro de la tercera edad, no, no, que va, que va, simplemente eres un inútil.

Lo comprobé el domingo cuando regresé de una visita a Barcelona, donde, desde hace un montón de años, me controlo mi glaucoma (por cierto, mírese la presión de los ojos, igual tiene glaucoma y no lo sabe como millones de personas en el mundo, hágame caso) y, gracias a la celeridad de mi hijo mayor, pude resolver un problema de viejo que nadie, nadie, me había comunicado.

Tú compras un billete de ida y vuelta a Barcelona y nadie te informa de que, al regresar a Palma, deberás rellenar un formulario y/o QR, pasar un PCR de antígeno (que no es un PCR, sino un test de antígeno, al que llaman PCR, pero no lo es) y sufrir una cola, muy, muy soportarle, pues los jóvenes del IBSALUT, chicos y chicas, que te atienden son realmente maravillosos. Pero el caso es que cuando llamas a Air Europa, por ejemplo, o AENA, te dicen, con cajas destempladas, que ese «no es nuestro problema, señor, es usted quien, como viajero, como español, se debe informar del protocolo de la pandemia. Todo está en nuestra web, léela».

No estoy hablando, repito, de esos miles de jóvenes mallorquines que estudian en Barcelona y van y viene de/a la isla como el que coge el autobús para ir cada día al cole. Estoy hablando de gente mayor, de gente que no vive enganchada al móvil, de gente que no sabe lo que es un QR, de gente que necesita ayuda para todo.

A esa gente (ya ven, según el IBSALUT, miles y miles de personas en Mallorca) se le debe facilitar las cosas, avisar con tiempo, instruir y/o poner sobre aviso, para que se prepare o se lo prepare su hijo, su hija, su nieto o su nieta.

Yo vi, el domingo, en la cola de acceso al QR, al control de antígenos, cierta desesperación (y eso que todo el mundo asume la espera, se llena de paciencia y todo lo ve normal, dada la peligrosa pandemia que vivimos), no porque no supiera hacerlo, que no lo sabía (insisto: para los mayores, el móvil no es una prolongación de nuestro brazo, de nuestras manos, de nuestros dedos, de nuestra mente, de nuestra vida), sino porque, si tu móvil no lee QR, entrabas en la web viajarabaleares.ibsalut.es, rellenabas el formulario y, cuando pulsabas «enviar», no sabías por qué, pero no se enviaba.

Y la cola se triplicaba: los que llegaban con PCR o antígeno hechos (sabios ellos y pagado de su bolsillo), los que esperábamos el palito en lo más profundo de nuestra nariz («si no se mueve, no le haré daño», dijo la encantadora enfermera), gracias a que nuestro hijo, desde casa, nos había rellenado el QR y los que, apoyados en la pared (digo los abuelitos), recibían la ayuda de esos estudiantes sabios, pillos, eficaces, exquisitos ‘millennials’, los nuevos ‘boys scouts’, que acuden a nuestro rescate, encantados de demostrarnos, una vez más, que ya no somos de este mundo.

Insisto, no le quito la razón a los dos señores de Air Europa y AENA que despreciaron mi consejo, ni digital, de viejo, de que deberían informar más y mejor antes del viaje para que los abuelos nos pudiésemos instruir y preparar para la que se nos viene encima. Y, sobre todo, deberían pensar, no ellos, sus jefes, que no todos hacemos vida con el móvil. Porque, de nuevo, hasta para ir y volver a Barcelona, si no tienes móvil, no existen, no puedes hacer gestión alguna, ni un PCR, ni un test de antígenos, ni entrar a tu casa, es decir, regresar a tu amada Palma, aquella en la que le encantaría vivir a Jürgen Klopp, sí, sí, también.

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