Diario de Mallorca

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Durante siglos hemos seguido el principio, implícito porque jamás, que yo sepa, se ha hecho comprobación alguna que lo confirme, pero dado por cierto y generalizado por completo, que establece que entre un diario y sus lectores se produce una especie de cadena de compromiso que funciona en ambos sentidos: los lectores optan por el periódico que mejor se ajusta a su ideología y sus opiniones y éstos, los diarios, publican aquello que piensan que mejor acogida va a tener entre sus seguidores. Ese efecto de transmisión alcanza a las noticias y, cómo no, a las columnas de opinión. Incluso si, en busca de un improbable equilibro, algún periódico abre la manga de sus columnistas para incluir a alguien de ideología apartada de la oficial del medio, se hace a título de excepción de ésas que sirven para confirmar la regla.

Por medio del principio del compromiso es posible imaginarse como son los lectores de cualquier diario sin más que repasar la postura de éste respecto del abanico político del momento. Pero ese lector-tipo no se refiere sólo al color ideológico sino, además, a la vaga definición de lo que es un consumidor de noticias: si lee con mente más abierta o más cerrada; si cuenta o no con prejuicios que le impidan cambiar de opinión; si se cree cualquier noticia o sólo las que han sido contrastadas... Ya me entienden ustedes de lo que creo que va la cadena de transmisiones.

Sin embargo, semejante imagen casi platónica de la comunicación mediática se ha esfumado ya, por lo que hace a la prensa escrita, a causa de la incorporación en las ediciones digitales de opciones para que cualquiera pueda dejar su comentario a la noticia, a la columna o al reportaje. Se podría pensar en que eso es el equivalente de las cartas al director de la edición impresa pero no; es en realidad se trata de lo contrario. Allí donde las cartas dirigidas a la redacción del diario abrían perspectivas y frentes no cubiertos, los comentarios digitales derivan casi siempre hacia un mero insulto vacío de contenido. Los que se llevan la palma a tal respecto son los periódicos deportivos que, por añadidura, ocupan los primeros puestos en cuanto a tirada —si hablamos de la edición impresa— y número de entradas —en las versiones digitales. Pero son los diarios generalistas los que más sufren con esa degeneración aparecida de la mano del comentario. Tanto como para que los principales periódicos se estén planteando cómo atajar la peste de las opiniones convertidas en insultos en cascada. La opción obvia consiste en cerrar la posibilidad de que el lector dé su opinión pero son pocos los medios que se atreven a hacerlo. En el reportaje sobre el problema que he leído se cita sólo la revista estadounidense The Atlantic que, antes de quitar los comentarios, animó a sus lectores a que dijesen qué les parecía la medida. La última opinión que recogió era un insulto.

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