El Govern no deseaba que el inicio de la desescalada turística se produjera tan pronto. La caída en la incidencia del coronavirus invirtió su tendencia a la baja a las puertas de la Semana Santa, después de tres meses de mejoras paulatinas y duras restricciones. El interludio vacacional le parecía al Ejecutivo de Armengol una fiesta inoportuna, cuyas consecuencias solo podían comprometer a dos meses vista el inicio de la temporada turística, cuando Balears se juega realmente la recuperación de su maltrecha economía, con una caída del PIB del 27%, 85.000 parados y 30.000 trabajadores en ERTE. Pero los operadores turísticos tenían otros planes.
El Gobierno alemán recomendó a sus ciudadanos no viajar a Mallorca en Semana Santa. Con la incidencia del coronavirus al alza en todo el país, desaconsejó encarecidamente a la población los viajes interiores y exteriores. Angela Merkel incluso manifestó que removería cielo y tierra para impedir los viajes de sus compatriotas a Mallorca. Y cumplió su promesa, abandonando a su suerte en la isla a los viajeros que dieran positivo, sin playa, sin poder regresar a su país hasta que no obtuvieran una prueba diagnóstica negativa y sin otra alternativa que pagarse de su bolsillo la estancia en el periodo de cuarentena. Pero los operadores turísticos tenían otros planes.
Y ni en Balears ni en Alemania se ha escuchado ningún reproche gubernamental contra ellos y su desescalada turística a la carta, mientras la incidencia vuelve a crecer en media Europa y el proceso de vacunación sigue a paso de tortuga. La debilidad global contra el coronavirus juega en contra de todos, de los ciudadanos y de las empresas. Pero las grandes corporaciones, al parecer, siguen teniendo otros planes.