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Tribuna

Transitando hacia una ‘nueva normalidad turística’

En Balears, hasta hace apenas unos meses, el turismo ha sido tradicionalmente considerado una ‘actividad estable’, pues su aportación al crecimiento de las rentas y del empleo ha sido durante décadas continua y ascendente. Ello le ha valido al turismo la calificación de ‘motor’, no sólo por la relevancia que ha alcanzado en la estructura productiva regional, sino por su demostrada capacidad de provocar un dinamismo económico superior al del resto de actividades.

El perfil de ‘actividad estable’ se ha creado a la luz de una de sus peculiaridades más distintivas: su mayor orientación exterior. Ello ha posibilitado un mejor comportamiento cíclico de las actividades turísticas y ha contribuido, positivamente, a suavizar y acortar en las islas los episodios de recesión. Ello le ha valido al turismo la calificación de ‘volante de inercia’, dada su demostrada capacidad de absorber las fases bajistas del ciclo económico, pero sobre todo de aportar, independientemente de la fase del ciclo, una inercia adicional a la economía balear.

La doble calificación de ‘motor’ y ‘volante de inercia’ explican no solo que el turismo haya jugado un rol determinante en el desarrollo económico de Balears a lo largo de las últimas décadas, sino que se hayan demorado procesos de transformación integrales ante el temor de desestabilizarlo, a pesar del evidente grado de madurez alcanzado y de los crecientes desequilibrios que impone (sociales, ecológicos, culturales…).

Sin embargo, la consideración del turismo como ‘actividad estable’ solo describe parcialmente su comportamiento, pues, a decir verdad, más allá de las fuerzas de mercado y de la estructura de las actividades turísticas que acoge el archipiélago, cualquier consideración sobre el turismo obliga a analizar las interrelaciones que mantiene con el entorno global, la dinámica social, la dotación de recursos naturales del archipiélago, las infraestructuras y otros equipamientos presentes en el territorio… Esta visión sistémica del turismo es la que permite afirmar que el turismo, como todo sistema complejo, no es estable y que los periodos de equilibrio se intercalan con perturbaciones repentinas, casuales y dinámicas que abren ‘discontinuidades’, temporales y espaciales.

Precisamente, ante una ‘discontinuidad’, o lo que es lo mismo, ante un cambio repentino del comportamiento y resultados, se encuentra actualmente el sistema turístico balear como consecuencia del impacto que ha ejercido la covid-19. Prueba fehaciente de ello es que la exportación de servicios turísticos (aproximada por el gasto turístico internacional) no ha alcanzado en el conjunto del 2020 el equivalente a 20 días del verano del 2019.

Se trata, sin duda, de una situación sobrevenida, nueva y, sobre todo, preocupante, que está siendo motivo de opiniones e interpretaciones muy distintas, no siempre acertadas. Tan distintas, como lo son los impactos que derivan de estos periodos de ‘discontinuidad’. Unos impactos que, además, casi nunca son proporcionales a la intensidad del shock inicial y, rara vez, terminan en el lugar previsto. Esta ‘divergencia’ de impactos se explica porque el turismo, más allá de las leyes de oferta y demanda que rigen el mercado, está intrincadamente conectado con otros sistemas y, por tanto, sujeto a dinámicas no lineales. Es así como la ‘discontinuidad’ que la covid-19 ha impuesto sobre el comportamiento y los resultados de la campaña 2020, podría derivar en cambios relevantes en el rol del turismo como ‘motor’ y ‘volante de inercia’, con efectos sobre su evolución a medio plazo. Ello es así porque la covid-19 puede haber alterado radicalmente la concepción de los destinos. Así, por ejemplo, la densidad y la conectividad, vistas como fortalezas turísticas, podrían aparecer a partir de ahora como debilidades.

Admitir esta ‘divergencia’, o en otras palabras, estos impactos amplificados, es reconocer también la capacidad del sistema turístico de aprender y adaptarse, porque después de una ‘discontinuidad’ un sistema no retorna jamás al punto de partida, sino que se reorganiza, cambia de forma, coopera, compite… en el marco de la ‘nueva normalidad’ resultante. Un hecho que deriva en fuertes efectos de ‘histéresis’, es decir, en impactos permanentes de amplio calado. Así pues, de la misma forma que la digitalización impulsada por las medidas de confinamiento y el teletrabajo conllevarán cambios permanentes en los hábitos de organización del trabajo y de los periodos de ocio y vacaciones, los efectos de la covid-19 seguirán afectando al sector turístico incluso después de darse por resuelta la crisis sanitaria.

Son muchos los aspectos del sistema turístico balear que habrá que reformular de ahora en adelante para aprovechar las oportunidades que se esconden detrás de esta propensión a la ‘discontinuidad’, a la ‘divergencia’ y a la ‘histéresis’ que emana de la covid-19, si en verdad anhelamos garantizar no tanto la continuidad temporal y espacial del turismo sino su continuidad cualitativa como ‘motor’ de progreso económico y social, más cuando su rol de ‘volante de inercia’ ha resultado, en esta ocasión, claramente afectado.

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