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Jose Jaume

Desde el siglo XXI | Un Gobierno enfrentado y un PP dividido

La batalla en el seno del Gobierno es constante sonsonete; se hace, de la mano de Podemos, oposición a sí mismo dada la ausencia de antagonismo del PP, a la greña y desfondado

No deja de ser chocante lo que sucede en las desmadejadas Españas, al margen de la eterna cacofonía catalana: el Gobierno de coalición de las izquierdas, que debería saber ver que tiene ante sí expedito camino para durar y apuntalar cambios de calado, anda enredado, peleándose en plaza pública, por asuntos que en esencia pueden solventarse sin aspavientos. Sucede que la vicepresidencia segunda la desempeña un consumado demagogo que, ante la carencia de competencias con las que lucir palmito, se ha embarcado en constante guerra de guerrillas contra los ministros socialistas para que conste que su sello sigue indeleble. Pablo Iglesias es elemento no solo discordante, sino nocivo, potencialmente mortal para la estabilidad del Ejecutivo de Pedro Sánchez e incluso para la futura mayoría de las izquierdas, porque en política llega momento que ante situación podrida el electorado depara sorpresas muy desagradables para quienes han dejado que las cosas tornen imposibles. El problema, con las acotaciones que se deseen incorporar, es Pablo Iglesias, puesto que los demás ministros (as) de Podemos o no están o no se les espera. Irene Montero, ministra de Igualdad, es calamidad semejante a la que en su día fue la ministra de Sanidad del PP Ana Mato. El ministro de Universidades Manuel Castells anda perdido en el éter. El de Consumo, el comunista Alberto Garzón, personaliza la definición de silente. Solo la ministra de Trabajo ofrece nota positiva: Yolanda Díaz, gallega muy de izquierdas e igualmente muy solvente, trastea con eficacia su departamento. Así pues es Pablo Iglesias, enjaulado por el presidente Sánchez en la vicepresidencia segunda, quien marca la constante desafinada estridencia en la que se ha transmutado Podemos, secundado por Pablo Echenique, portavoz parlamentario que juega a conspirador de pacotilla.

Un Gobierno urdido de tal suerte, de contar con oposición solvente, capaz de discernir los asuntos de Estado de la pelea diaria, probablemente habría puesto al desunido Gabinete en el disparadero, en la antesala de la ruptura. Sucede que el PP no está para hacer oposición ni para nada constructivo: transita sonámbulo a la búsqueda de lugar en el mapa político que no sabe o no puede hallar. La suya no es travesía por el desierto al uso, sino desesperado intento de no perecer en el intento. Lo acaba de exhibir Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, trumpista de rompe y rasga, demagoga desprovista de la inteligencia que adorna a Pablo Iglesias, aunque desacomplejada hasta el paroxismo, al sacudirle fenomenal mamporro al gallego Núñez Feijóo, político serio y con hechuras, a propósito de los recados públicos que le ha remitido a Pablo Casado, imposible presidente del PP. El partido de la derecha tradicional española, cuarteado, asediado por Vox, al que ya no mantienen a flote los medios afines que pugnan por evitar su hundimiento, regalándole hasta encuestas cocinadas con menos gracia que las del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), después de quedar noqueado en Cataluña, literalmente no sabe qué hacer.

Es la gran suerte que por ahora acompaña al Gobierno, pero insistamos en que puede darle la espalda en cualquier momento. No es para siempre. Más les vale tentarse la ropa y dejarse de malas comedias. A Pedro Sánchez, acostumbrado a bregar en el alambre, si se le acaba la paciencia con Iglesias no dudará en fulminarlo. Deberían en Podemos conocer que fuera del Gobierno su líder no es nada. Ha sido calado por la ciudadanía, no se endosa su constante verborrea demagógica, desplantes y absurdas faltas de respeto.

Acotación imprescindible.- Meter en la cárcel a Hasél por insultar a la Corona y a quien le dé la gana es querencia autoritaria, vulnera la libertad de expresión, fundamental en democracia.

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