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Antonio Papell

Los ultras europeos después de Trump

Trump no ha dejado tras de sí una internacional organizada de partidos de extrema derecha pero ha sido patente que su ascenso al poder en 2017 ha oxigenado, impulsado y estimulado a los distintos movimientos de extrema derecha del planeta. El America First no era evidentemente exportable pero sí la consigna implícita contra el multilateralismo. Como ha escrito un digital en un balance colectivo, Washington ha servido en tiempos de Trump «para respaldar una visión compartida del cosmos, una concepción de la sociedad que chocaba de plano con algunos de los consensos asentados en la clase política tradicional. Pese a tener centenares de matices en función de cada país, si algo tienen en común estos partidos es el nacionalismo. Algunos ejes que fueron explotados por el neoyorquino desde 2016 hasta hoy han sido importados por múltiples movimientos de otros territorios tras el éxito cosechado en EEUU. En este tiempo, los partidos que centran su discurso en la exaltación de la bandera y los mensajes antiinmigración han proliferado en el seno de la UE, pero también en otros puntos del globo». Estas formaciones exhiben también una evocación constante del pasado glorioso y el anhelo de los liderazgos fuertes. El supremacismo blanco en los países multiétnicos hace juego perfectamente con la xenofobia y la persecución del inmigrante, cuyo principal pecado es sin embargo no ser «nacional». La etnia, secretamente, también cuenta en la discriminación, aunque el pudor histórico la niegue en la mayoría de las ocasiones.

No existe en fin un vínculo causal entre Trump y las organizaciones ultraderechistas europeas, algunas de ellas nacidas antes que el trumpismo –Alternativa para Alemania (AfD), Ressemblement National (antiguo Frente Nacional) en Francia, la Liga italiana, los partidos gobernantes en Hungría y Polonia, otras formaciones del mismo signo en Finlandia, Austria, Países Bajos y Suecia-, y otras surgidas durante el cuatrienio ominoso de Trump, como Vox, que irrumpió en las instituciones a partir de 2018 (por primera vez, intervino en la formación de un gobierno autonómico, el de coalición andaluz), pero el discurso del presidente norteamericano ha ejercido un indiscutible papel legitimador de ese histrionismo característico apegado a los símbolos, a los valores reaccionarios en muchos casos de origen religioso, a la familia tradicional (y por lo tanto con rasgos homófobos), a un insoportable clasismo reaccionario.

La principal herramienta utilizada por Trump para ejercer su proselitismo y obtener capacidad de arrastre a nuevas clientelas ha sido la comunicación. Él mismo ya era un personaje fuertemente mediático, hasta la semiprofesionalidad incluso como presentador televisivo, y ha seguido una política basada en la construcción artificiosa de los mensajes (la posverdad útil, es decir, la mentira útil), la agresividad capaz de polarizar la sociedad, la excentricidad, la destrucción sistemática del adversario mediante la pertinacia mendaz (desde la afirmación insistente de que Obama no era norteamericano a la atribución de delitos y deshonestidades altamente improbables a Hillary Clinton), y la agresión a los medios de comunicación tradicionales, calificados de ‘enemigos del pueblo’, denigrados y excluidos hasta la náusea. De hecho, Trump sólo se ha manifestado a través de Fox News, propiedad de su amigo Rupert Murdoch, y de las redes sociales, Twitter en particular. Finalmente, tanto Murdoch como Twitter le han dado la espalda… después de haberle permitido toda clase de manipulaciones. Como por ejemplo, la creación de grandes redes de replicación mediante bots de los mensajes de Twitter que amplificaban mentiras que llegaban a hacerse virales, La participación de Rusia en estas maniobras en 2016 parece probada, y habría sido una de las causas de la derrota de los demócratas de Clinton hace cuatro años.

En definitiva, el votante tumpista y el que en Europa apoya a la extrema derecha comparten dos signos de identidad comunes: el odio hacia los medios de comunicación no ‘domesticados’ y el resentimiento contra las elites ilustradas (que dejan en ridículo los atavismos parafascistas), la corrección política, el feminismo y las nuevas corrientes que hacen hincapié en las minorías como eje vertebrador del siglo XXI. La falta de Trump, probablemente represaliado para siempre por el asalto al Congreso, dejará a la extrema derecha europea en una gran orfandad.

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