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Jose Jaume

El (casi) imposible discurso del rey Felipe VI

Lo que el jefe del Estado diga a los españoles en Nochebuena va a ser determinante para escudriñar el futuro próximo. Felipe VI empieza a jugársela seriamente

El (casi) imposible discurso del rey Felipe VI JOSÉ JAUME

El Palacio de la Zarzuela dispone Nochebuena especialmente amarga. Los tiempos que corren, recios, lejos de ser amigables, son de llanto y crujir de dientes en el ámbito de la Corona española. Juan Carlos de Borbón ha perpetrado destrozo de tal dimensión que no se atina con fórmula adecuada para reparar avería tan seria, casi inhabilitante. Yerran quienes aducen que la ofensiva de Podemos y asociados contra la monarquía, desaliñada, torpe, contraproducente para los intereses republicanos, hace imperativa su neutralización. Podemos no posee velocidad de escape imprescindible para sustraerse a la potencia gravitacional de la Constitución. No, por el flanco de Podemos y asociados no se materializará el cambio institucional, no se pasará de la monarquía a la república. No es que los tiempos estén maduros o dejen de estarlo para su llegada, como aconteció inopinadamente el lejano 14 de abril de 1931. Otro de los instantes extraños con que la historia de España se recrea en ocasiones. Nada hay que descartar, pero no se atisba un parecido desplome institucional. No se ve que Felipe VI vaya a emular a su bisabuelo Alfonso XIII optando por abandonar España. La causa del cortocircuito reside exclusivamente en el inconcebible disparate que viene protagonizando Juan Carlos de Borbón, antes y después de su forzada abdicación. En su actuación anida el germen que sí es susceptible de enterrar nuevamente la monarquía borbónica, la que quedó establecida en la Constitución de 1978 aprobada en referéndum nacional por los españoles. La votaron, el dato no es menor, quienes hoy han cumplido al menos 60 años. Las generaciones posteriores tal vez sientan que no existen razones para darse por concernidas, puesto que proceder a reformarla adecuándola a las circunstancias actuales, móviles, cambiantes hasta en exceso, se constata ramal cegado.

Esas cavilaciones seguro que están siendo motivo de cuitas varias en Zarzuela, donde las tensiones se reflejan en el rostro cariacontecido, casi prematuramente envejecido, de Felipe VI, impelido a culminar peor que dolorosa ruptura con su padre. En cualquier caso nada que no haya sucedido ya en el seno de tan peculiar familia: Juan Carlos traicionó a su padre, el Rey Juan III que nunca fue, porque así lo dispuso el dictador; el general Franco rompió deliberadamente la línea de sucesión dinástica; el hijo asumió la necesidad de matar al padre para que la monarquía de los Borbones retornara haciendo bueno lo dicho por el general Prim en la última parte del siglo XIX. «los Borbones siempre vuelven». Los detestaba el estadista catalán. Qué hará Felipe en la noche del día 24. Discurso que atenderán, encerrados en pandemia, millones de españoles, más que nunca. ¿Se atreverá a matar definitivamente al padre? ¿Optará por eufemismos letales dada la situación? ¿Callará? El suyo es discurso imposible. Casi. En ocasiones, cuando las situaciones se transmutan en inverosímiles, emerge lo inesperado. En el caso que nos ocupa o es intervención tajante, en la que quede firmemente establecida la ruptura, incluso afectiva o no habrá nada. No olvidemos que la monarquía es sistema hereditario: así es el hijo como fue el pade. No hay elección democrática que materialice la urgencia de la distancia. Por ello el corte ha de ser brutal, sin concesiones. Felipe VI, además, ha de elegir entre padre e hija. Se dilucida, en ámbito familiar, el posible futuro de la reina Leonor, futuro que no está escrito, ni estará en los años venideros.

Acotación no marginal. - Qué torpe llega a ser la derecha y sus medios cargando cada día, a todas horas, contra Podemos. El espantajo comunista distrae de lo fundamental para sus intereses. No hay Pablo Iglesias sin Pedro Sánchez. ¿Pueden entenderlo? No parece. Podemos constituye para las soliviantadas derechas una sensual atracción fatal de la que no pueden sustraerse.

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