«Vacas, cerdos, guerras y brujas: los enigmas de la cultura es un magnífico libro de Marvin Harris, posiblemente el mejor antropólogo de su generación. Harris consigue dar una respuesta lógica a enigmas y supersticiones de distintas culturas. La aparición de los respectivos mesías y Mahoma, la adoración de las vacas o la prohibición de comer carne de cerdo tienen una respuesta con base en la Economía. A Marvin Harris posiblemente le resultaría fácil explicar el deprecio de las medidas anticovid entre los jóvenes de colegios mayores y facultades. La condición de joven implica ser valiente, impetuoso e independiente, pero también irresponsable, insolidario e irreflexivo. Por eso es fácil entender porque no respetan las medidas anticovid. Otra cosa es entender porque no cumplen las medidas sus padres o, lo que es mucho peor y mucho más complicado de entender, porque la laxitud con que lo hacen bares y restaurantes.

El caso de los padres es ese grupo heterogéneo formado por negacionistas, antimascarillas (esos que dicen que el uso continuado de la mascarilla produce hipoxia), anti5G y demás iluminados. La explicación es la absoluta y suicida voluntad de morir de éxito. Hemos visto como se paraba todo el planeta, algo sin precedentes en toda la historia de la humanidad. Una medida drástica que consiguió detener la pandemia en unas cuotas de mortalidad que ahora vamos corriendo a superar. Pero en vez de salir reforzados como dijo Sánchez, salimos idiotizados. Había que desconfinar con urgencia y era comprensible porque muchas personas se jugaban las «habichuelas». Pero lo que no es de ninguna manera entendible es lo que ha venido más tarde. Un mes después del confinamiento nadie respetaba la distancia social impuesta y un porcentaje importante de ciudadanos se reía de la mascarilla o paseaba y hoy sigue paseando su nariz al viento. Tan poca es la voluntad de cumplir las medidas que las grandes superficies (Ikea, Carrefour, Decathlon…) han tenido que poner una persona de seguridad en la entrada para asegurarse de que nos higienizamos las manos. Es triste que nos tengan que tratar como niños porque nos comportamos como niños.

Caso aparte es el de la restauración donde el cumplimiento, si se produce, es de una temeraria laxitud. Posiblemente es el sector más castigado y el más interesado en que no se vuelva a confinar y, sin embargo, basta entrar en cualquier bar o restaurante –desde Son Cotoner al Marítimo– y echar un vistazo a la cocina para encontrar a cocineros y camareros sin mascarilla o usándola de manera absolutamente cosmética y tolerando indolentemente que los clientes se apelotonen en la barra. La excepción son los japoneses, que usan pantalla para preparar la comida desde siempre. Viajar a Japón es como viajar al futuro y allí desde hace tiempo se toman la higiene muy en serio. En la cocina de los restaurantes se usa pantalla para preparar la comida y por la calle se usa la mascarilla cuando se acerca la campaña de la gripe o la persona se constipa. Se trata de respeto al vecino porque los japoneses saben que los descensos más importantes de la mortalidad han venido de la mano de los cambios en los hábitos de vida. El incremento de la higiene, el lavarse las manos habitualmente conllevó un alargamiento de la esperanza de vida. La globalización y el incremento de la población mundial van a hacer imprescindible el uso de la mascarilla. Dentro de pocos años no llevar mascarilla será como no lavarse las manos después de hacer pipí. ¿Se imaginan a un cocinero preparando su tapita sin lavarse las manos tras salir del baño? Parece que algunos restauradores no lo entienden y caminan encantados al cierre de su negocio.