No es fácil llevarse bien en un tablero de juego tan desigual como este en el que se desenvuelven nuestras existencias. Vivimos en sociedades viejas, repletas de hábitos antiguos, obsoletos, además de crueles. El mundo se ha marchitado una barbaridad a lo largo del último siglo. Creíamos que las nuevas tecnologías venían a renovarlo, pero le han añadido más roña, si cabe. Le han añadido más incertidumbre, más inseguridad, más injusticia social, más oscuridad, más gastos mensuales. La gente estira el dinero, pero el dinero no da más de sí. Crecen en cambio los recibos de la luz y del gas y del alquiler al tiempo que se acorta la lista de la compra. La lista de la compra, en tiempos de abundancia y solidaridad, es un poema. En tiempos de escasez y avaricia, un epitafio. Da pereza sentarse a escribirla porque parece una oración fúnebre más que una oda a las verduras frescas. No hay manera de ponerle una música bailable a esa triste sucesión de pescado podrido y fruta caducada.
