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Alex Volney

Radical es moderado

Hemos nacido entre las falsas ruinas de una infamia perpetua. Mientras nacíamos se iba urdiendo el simulacro de un cambio de régimen que debía ser dietético. Somos hijos y nietos del miedo por la gracia de alguien que todavía mueve el esqueleto. Al mínimo intento de hacer justicia o de tan solo honrar a los muertos salen con Carrillo y Paracuellos... ¡vaya! Cambien de canción, fueron ustedes mismos que aceptaron pactos entre carniceros. ¿Qué nos están contando? Cambien de letra, no sigan con su órdago contra la actual conjura judeomasónica y comunista que es para partirse de risa. 

Sartre fracasó, venció Camus. Como también ha ocurrido sobre Dostoievsky que ha quedado a la sombra de Tolstoi. Simone Weil sigue cargada de razones ante una Beauvoir desfasada. Orwell es más nuestro que nunca y por eso mismo no se aceptan ya más canciones. Con lo bien que se llevaba la derechota con Fidel Castro, ¿a qué viene hoy tanta gesticulación? Las férreas ideologías del siglo XX hoy son casi la misma cosa, la izquierda y la derecha varían según donde baja usted del avión. Lo único que resurge tímidamente, una vez más, es ese tipo de transversalidad que aligera, un poco, la doble tenaza. El sentido común antinazi o antiestalinista ya conocido, el sentido de lo que es democracia y de lo que no lo es. El recordatorio y el orgullo de que hay que repetirles continuamente quién perdió y quién ganó el 1945. Claro, con todas sus sombras, por supuesto. No somos pocos los que tenemos tumbas familiares en el exilio y ya lo sabemos. De sus luchas, llegaron esos ratitos que hemos tenido de algo parecido a lo que se considera libertad política.

«Surgen de nuevo los totalitarismos», ¡sí, vaya topicazo! Pues claro, cómo no van a resurgir ante la estupidez de algunos políticos que se han formado en las pelis o en las tres o cuatro biografías de aquellas o aquellos a los que sus mismos padres aplicaron la pena máxima. Lo que planea sobre nuestras cabezas son los nacionalismos de siempre. Sobran paternalismos en la autollamada izquierda, sobra intervencionismo y clientelismo y falta autocrítica para conseguir parar el revisionismo. El reto consiste en que un movimiento democrático y antifascista no puede hacer concesiones a regímenes de pacotilla solamente porque van contra una parte del capital o tienen al diablo por hijo legítimo de Adam Smith. 

La delicada coyuntura pandémica, la gravedad de la situación deja muy poco espacio a reflexiones y entendimientos, acuerdos de mínimos o empatía por el prójimo, pero si no somos capaces de hacerlo en un contexto de decenas de miles de muertos y seguimos en el cuanto peor mejor, ya podremos ir viendo como giran las aguas del gran remolino, de cerca y claramente, porque eso quiere decir que ya estamos dentro y bajando. Gran lujo permitirse tanta temeridad en la comunidad de Madrid, en su desgobierno. ¿La Unión Europea apostará por los países del resurgir fascista? Es muy difícil. Resulta que ante la mala imagen que reciba Europa la culpa siempre será de los mismos. Cosas del populismo y la más intrínseca, su indocumentación. Ejemplo: si Escocia e Irlanda consiguen su histórica soberanía, Escocia por un lado y la reunificación irlandesa por el otro, no será por méritos propios, lo deberán todo al gran artista Boris Johnson.

Son cosas del cortoplacismo. El mayo del 68 fue muy espectacular pero ya ven ustedes en qué derivó y como ha quedado la cosa pasado un tiempo. Una parte procesista en Catalunya puede vivir la misma evolución. Grandes diferencias hay entre Torra y Ayuso, pero uno demócrata la otra goebbeliana, han compartido el cuanto peor, mejor. Uno ha caído patéticamente con el poder de un Estado sobre él. La otra dice que «Madrid es España dentro de España», un auténtico huevo-kinder político para el PP y su gran estadista Pablo Casado. Cuanto peor mejor, claro, hasta que retroceda la pandemia, que todo llegará, y mientras más leña al fuego, que no nos bastan los muertos. Quien más ha trabajado, y de forma más honesta por la independencia de Catalunya han sido Aznar y sus cachorros. Ante su grande y libre fiasco, preferimos recordar siempre las palabras del gran historiador Josep Termes, meses antes de morir, en su última entrevista: «Soy tan radical que voto moderado». Es seguir en el órdago o entender de una vez que Europa es una historia de progreso que se extiende a lo largo de los siglos sólo interrumpida por los virus de los nacionalismos.

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