La ominosa sombra del franquismo sigue oscureciendo, casi medio siglo después de la desaparición del dictador, las celebraciones hispanas. La del 12 de octubre no escapa al maleficio, sino que, al contrario, lo refuerza: la fiesta de la raza, de la hispanidad y ahora nacional de España es una efemérides hueca, sin enraizamiento en las Españas, salvo, claro está, para quienes siguen en la ensoñación de que la patria es la que quieren que sea, la que dicen que fue y, en realidad, nunca se hizo presente. En 2020, envuelta en la burbuja de la pandemia, que todo, absolutamente todo, está arrumbando, ha sido el reflejo de la enorme crisis económica, social, política e institucional que nos está sacudiendo, zarandeando sin darnos tregua. La chocante bufonada de la plataforma Libres e Iguales en las que la derecha en primer tiempo de saludo trufada de folclóricos (Bertín Osborne, Belén Esteban y demás sucedáneos), aristócratas y hasta algún socialista apolillado (el manchego García Page y el gallego Paco Vázquez), exclaman «¡Viva el rey!», porque consideran que la Corona corre serio peligro ante el embate de la extrema izquierda (en su acepción más laxa) y separatistas de toda laya y condición plasma, junto a la animosa caravana de la alegre muchachada de Vox, que el 12 de octubre es patrimonio de la derecha española, la de siempre, la que nunca ha renunciado a enarbolar sus añejas banderas. La silenciada encuesta en la que resulta que un 41% de los españoles se decantan por la república superando al 36% que sigue defendiendo la monarquía ni tan siquiera es considerada a beneficio de inventario.
Nada tiene que hacer el PSOE en sus vanos intentos de hacer del 12 de octubre una fiesta nacional como la que orgullosamente poseen Francia, Estados Unidos o naciones posteriores a la española, según sedicente afirmación de Mariano Rajoy, que encabeza el estentóreo «¡Viva el rey!». Más lejos ha ido su sucesor en la dirección del PP: Pablo Casado, siempre osado en el despropósito, ha sentenciado que el 12 de octubre rememora epopeya de tal calibre que solo admite parangón con la romanización del viejo mundo. Es hasta recomendable que se vuelva a ver Alba de América, película que, en plena apoteosis del franquismo, enaltecía hasta provocar sonrojo el descubrimiento de las Américas a mayor gloria de los muy católicos Isabel y Fernando.
En esas estamos cuando la próxima semana será debatida en el Congreso de los Diputados la moción de censura presentada por Vox para apear de la presidencia del Gobierno a Pedro Sánchez. Corrijamos el tiro: para debilitar más si cabe a Pablo Casado Blanco, al que la pandemia ha destrozado esquemas, dejado sin relato (desafortunada expresión) y tampoco correlato. El miércoles y jueves de la semana que viene veremos cómo un tal Ignacio Garriga, candidato de Vox a la Generalitat de Cataluña, utiliza la tribuna para jibarizar todavía más las aspiraciones del PP en el Principado, que nunca ha sido tales, sino el vano intento de contar con representación adecuada al partido que quiere seguir siendo referente de la derecha, pero que no levanta cabeza en dos territorios fundamentales para garantizar la cohesión de España: Cataluña y Vasconia.
El 12 de octubre de 2020 probablemente habrá sido el más triste de los muchos tristes que viene deparando la efemérides. Haciendo un poco de memoria histórica, la maldita memoria histórica que no hay forma humana de compartirla en las Españas, fue otro 12 de octubre, el de 1975, cuando se produjo la postrera aparición con vida, antes de hacerlo de cuerpo presente en el Palacio Real, del general Franco. Insistamos en lo enunciado: la sombra de su inacabable dictadura sigue proyectándose amenazadora, solo así es factible entender los 12 de octubres.