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Antonio Papell

Elecciones catalanas a la vista

Se aproximan las elecciones catalanas, que tendrán lugar el 14 de febrero del año próximo según ha anunciado ya el presidente de la Cámara, Torrent, seguro de que tras la inhabilitación de Torra, nadie se propondrá como candidato, con lo que el vicepresidente Aragonés, de ERC, pasa a ser presidente interino, tras pactar Junqueras con Puigdemont un cierto fair play (el no aprovechamiento de la ocasión por Aragonés para favorecer a los republicanos). Quede claro que, para muchos catalanes, la palabra de Junqueras vale más que la de Puigdemont, a fin de cuentas el sucesor de los malandrines de Jordi Pujol y el apóstol del nacionalismo romántico que fluye desde la Renaixença, como si no hubiera pasado el tiempo.

Las últimas encuestas publicadas sugieren que, en esta ocasión, los nacionalistas podrían conseguir la mayoría parlamentaria en votos (hasta ahora, la mayoría en escaños no suponía más adhesiones que rechazos), y desde luego el gobierno de la Generalitat… siempre que consigan aunar todas las corrientes presentes. A la izquierda, ERC y la CUP mantienen el tipo, pero a la derecha el barullo es considerable. Puigdemont ha organizado JxCat, de espaldas al PDeCAT de Artur Mas, quien hace tiempo que ha dejado de estar inhabilitado, y todo indica que ambas formaciones se presentarán a la vez, al mismo tiempo que se estrenará el Partit Nacionalista de Catalunya (PNC), émulo del PNV, encabezado por Marta Pascal, que podría representar a medio plazo una amenaza para los soberanistas secesionistas por vía radical, es decir, para quienes postulan la ruptura por los medios que sea. El ejemplo vasco es muy sólido, incluido el plan Ibarretxe y su ulterior rectificación pragmática.

Sin embargo, a la luz de lo ocurrido en la legislatura que concluye, será muy difícil construir en Cataluña un gobierno basado en ese nacionalismo desunido y fracturado. En teoría, si se cumplen las mencionadas previsiones, deberían aliarse ERC y JxCat bajo un president procedente de la formación triunfante (en la hora actual, ERC según los sondeos, pero en las dos últimas ocasiones el nacionalismo conservador se ha terminado imponiendo). Por parte de ERC, el candidato y está designado y es Aragonés; Puigdemont todavía no ha designado a nadie, aunque se espera que no prometa nuevamente que piensa presentarse él mismo, y si gana, acudir a la toma de posesión, algo evidentemente imposible. Por ello, abundan ya los aspirantes; de momento, suenan la portavoz de JxCat en el Congreso, Laura Borràs –con serios problemas legales con el Estado–, y el consejero de Territorio, Damià Calvet.

La alianza entre los nacionalismos de derechas y de izquierdas es hoy un etéreo desiderátum, que se mantiene porque la opinión pública no entendería que salieran a la luz los odios africanos que se profesan unos y otros, los que eligieron mayoritariamente la prisión tras el 1-O y los que se refugiaron fuera de España. Pero de guardar las formas a formar un gobierno operativo hay un abismo, máxime cuando ya es público que los objetivos son dispares. Puigdemont y los suyos apuestan por la confrontación con el Estado, por la ruptura, por la secesión a las bravas, por reproducir si hay oportunidad el drama del referéndum prohibido; Junqueras y su gente, en cambio, no están dispuestos a vulnerar de nuevo el estado de Derecho y optan por la negociación a fondo, aunque sin abandonar la voluntad autodeterminista.

Si los resultados acompañan, hay una tercera opción de gobierno basada en el pacto de izquierdas, en la alianza ERC-PSC

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Naturalmente, si los resultados acompañan, hay una tercera opción de gobierno basada en el pacto de izquierdas, en la alianza ERC-PSC, que ya se ensayó en el tripartito de 2003. Tampoco sería fácil acordar un proyecto entre el constitucionalismo de los socialistas y el rupturismo de ERC… a menos que los actores de este proyecto comprendan que el país necesita grandes reparaciones de urgencia para salir del pozo de la pandemia y reconstruir la economía.

En definitiva, es dudoso que las próximas autonómicas catalanas estabilicen el país, pero quienes alientan mensajes constructivos deberían esforzarse para seducir a la ciudadanía, de forma que el destrozado oasis catalán vuelva a ser, a plazo no muy largo, un reducto de fecundidad y de tranquilidad.

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