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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

El presidente del Supremo engrosa el disparate nacional

Estamos inmersos en un colectivo esperpento, en un desaguisado difícil de imaginar. Si Benito Pérez Galdós retrató con maestría en Los Episodios Nacionales el desfondamiento de España en el siglo XIX hoy se requiere otro novelista insigne (Luis García Berlanga se nos fue antes de tiempo: urge nueva entrega de La escopeta nacional) para describir el atropello que se está perpetrando contra todos nosotros. Si en 1898 se llegó a la postración que su generación consideró definitiva (todavía estaba por llegar la inmensa tragedia de 1936 y la dictadura franquista) qué diremos de las Españas alumbradas en las primeras décadas del actual siglo. Está por escribirse, pero lo que queda plasmado es el disparate nacional al que estamos asistiendo impotentes. Atiéndase a la infumable secuencia, envuelta en la crisis económica, social y económica perpetrada por la pandemia: Kitchen depara novedades sin cuento; el sumario es estremecedor, exhibe la impudicia con la que la que el Gobierno del PP vulneró a mansalva los códigos que jamás deberían ser quebrados; el desgobierno de la Comunidad de Madrid deviene en letal peligro para todo el territorio nacional, sin que la infumable Díaz Ayuso, favorita de Pablo Casado, acepte revertir la situación, sin que el Gobierno de Pedro Sánchez decida la urgente intervención ante una negligencia que roza lo criminal; los independentistas catalanes siguen sumando episodios a su cansino desafío, que no va a ninguna parte salvo a incrementar el estropicio general. Incorporamos al somero sumario a un juez que quiere hacer política sin asumir que su posición le invalida para hacerla. Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), acredita mayúscula torpeza, pues al jugar a lo que no sabe ha llevado a la Corona a situarse en situación límite.

Si el Gobierno decide que el Rey no asiste a un determinado acto, en el caso que nos ocupa la entrega de diplomas a los nuevos jueces en Barcelona, no va, porque requiere de la autorización del Ejecutivo para hacerlo. Es un precepto constitucional. El rey reina, pero no gobierna. Carlos Lesmes, que lleva dos años caducado en el cargo comportándose como un jabalí de la derecha conservadora antes que como reclama su posición, no solo se dedica a amplificar su malestar y el de la Judicatura, sustancialmente proclive a las derechas, posibilitando que PP, Vox y Ciudadanos abran la caja de los truenos, sino que más ancho que largo da a conocer la llamada del Rey en la que, según dice, éste le manifiesta que habría deseado estar en Barcelona. Garrafal error de Felipe VI, que no corrige la posterior matización de Zarzuela. Al error de la jefatura del Estado se incorpora la ridícula decisión de Lesmes de darla a conocer, la no menor del vicepresidente Iglesias y el ministro Garzón, republicanos irredentos de pelo en pecho, de entrar en el pleito sin atender a que sus responsabilidades institucionales se lo impiden. La síntesis: incrementar, por si fuera necesario, lo que parece imparable erosión del sistema, que aguanta todavía, pero que no está para muchos sobresaltos mayúsculos. Carlos Lesmes se incorpora de pleno derecho al índice de personajes que están contribuyendo al descrédito acelerado de lo que se ha dado en llamar régimen del 78, a la España constitucional con la que se llena en vano la boca Pablo Casado para después groseramente invalidarla al negarse por puro cálculo político a renovar, como estipula la Constitución, el CGPJ.

Esa es la España de la que se anticiparon y no han sido prometedores inicios del siglo XXI. Observemos las coincidencias con 1898 y con el tiempo inmediatamente anterior a 1931. La inmensa diferencia es Europa. Es ella la que probablemente impide que otra vez anden sueltos nuestros viejos demonios, aunque sin duda hagamos descomunales esfuerzos para desatarlos.

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