En momentos y épocas determinadas, todo se vuelve muy complicado. Está claro que ahora atravesamos una de estas fases negativas. La cotidianidad de la lucha diaria en contra de la pandemia de la covid-19 deja en segundo plano la pelea con otras plagas y permite vía libre para que otras nuevas irrumpan de manera abrupta.
Es verdad que lo primero es la salud humana, lo cual no implica desmerecer la contaminación de especies inferiores. Seguro que la buena salud pública y medioambiental está en hallar el punto de equilibrio entre lo uno y lo otro.
Fora vila lleva tiempo castigada por las plagas de toda dimensión y condición. La mixomatosis de los conejos es de las más conocidas y ya asumidas. Pero nada es estático. Ahora se ha detectado que esta enfermedad ha saltado a las liebres, lo cual, sorpresas aparte, ha disparado toda una serie de alarmas en el mundo cinegético y de gestión del medio ambiente.
Los datos no son alentadores pero ni en el Consell de Caza ni en el Consell Insular parecen dejarse llevar por el desánimo. La implicación de los cazadores resulta clave para reconducir la situación. Las capturas quedan reservadas a modalidades que solo suponen un 1,5% de presión sobre las liebres. Las escopetas deben quedar inactivas ante este animal que solo podrá ser alcanzado mediante artes tradicionales de valor patrimonial, otro aspecto que, por supuesto, también debe preservarse. El periodo de veda se restringe más para fomentar el periodo de cría. Quedan años de trabajo.
Dicho de otra forma, el equilibrio animal es complejo y cada día topa con nuevas dificultades. Pero no puede descuidarse porque en ello van muchas cosas que afectan al patrimonio y a la salud.
