La historia social está plagada de evoluciones que contradicen la lógica de las predicciones más racionales. Contra todo lo que podía suponerse en plena época de liberación de los prejuicios, la vida sexual está en involución. Lo insólito es que en las sociedades occidentales la sexualidad no ha cejado de emerger de la oscuridad y el silencio. Se enseña en las escuelas y en términos generales ha sufrido un constante proceso de liberalización y permisividad.

A eso se suman las aplicaciones de contactos, que son cada vez más populares, que las hay para todos los gustos y están teniendo un crecimiento exponencial en todos los grupos sociales de distintas edades, géneros, niveles económicos y culturales. La pandemia no ha hecho más que echar gasolina al fuego a esta ascendente tendencia.

Como ejemplo, según información de la CNBC, la aplicación de contactos Bumble, muy popular en los Estados Unidos, evidenció un incremento del 23% en la ciudad de Nueva York en el último año. Todo parecía ser viento de cola para esta la facilidad de la vida sexual. Incluso el aumento de separaciones supone el ingreso constante de singles de todas las edades necesitados de vínculos. Sin embargo, según encuesta del National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos la vida sexual de la población joven está disminuyendo. El estudio, que se conoce como "Encuesta social general", se basa en miles de entrevistas que se llevan a cabo periódicamente desde 1972. La última edición reveló que el 23% de los adultos entrevistados dijo no haber tenido relaciones sexuales en el último año. Eso significa que en términos porcentuales esta respuesta duplicó la disminución en la última década. Como salta a la vista, este panorama resulta totalmente contrario a lo que podía esperarse según todos los indicadores arriba mencionados. La seriedad y el prestigio académico de los investigadores de Chicago, la solidez estadística y el trabajo de campo en que basan su informe invita a encontrar una explicación.

Una de las hipótesis más interesantes nos la proporcionan los estudios que fusionan psicología y antropología. Estas disciplinas intentan estudiar la evolución y transformaciones de la subjetividad como consecuencia de los cambios que produce la tecnología en nuestra relación con el mundo que nos rodea. Desde nuestros orígenes como especie, nuestra relación con lo natural no ha hecho más que distanciarse. Los primitivos cazadores y recolectores comían la carne de un animal con el que antes habían luchado a muerte impregnados de su olor y su sangre o plantas que acababan de arrancar de la tierra. Durante milenios, el avance imparable del desarrollo permitió satisfacer nuestras necesidades de alimento y abrigo alejando el contacto con el origen natural de los objetos. Los niños de hoy crecen jugando con los videojuegos de una tablet en los que con solo mover un dedo sobre la pantalla táctil dirigen batallas y acontecimientos que sacian su curiosidad por conocer y conquistar el universo con objetos que no tienen textura ni olor. La magnitud de este fenómeno llevó a BBC News a entrevistar al profesor de sociología Simon Forrest, que dirige el Instituto para la Salud y la Sociedad de la Universidad de Newcastle (Inglaterra).

Según el investigador, entre los factores causales de la sorprendente disminución de la vida sexual, se encuentra lo que él llama "pornogratificación". Así como las drogas "colocan" sin necesidad de actuar sobre la realidad, la pornografía, que la hay para todos los gustos, lo hace con solo un clic del ratón. Podría ser que la tecnología estuviera modificando un elemento más de la relación del ser humano con la forma de satisfacer sus necesidades.

En relación a este fenómeno la profesora de Psicología de la Universidad Estatal de San Diego (EE UU) Jean Twengue declaró al Washington Post que actualmente la gente a las 10 de la noche tiene más cosas que hacer que hace veinte años. Según ella no solo la pornografía, sino los videojuegos y Netflix son factores importantes. La conclusión es que la sociedad nos dio más libertad para vivir nuestra sexualidad, pero paralelamente la tecnología nos proporcionó un atajo, como tantos para saciarnos con un mínimo de materialidad, con una satisfacción a la carta. Y eso compite difícilmente con la complejidad de la aventura del amor entre personas.

Los psicólogos clínicos somos testigos de los dramáticos esfuerzos y conflictos a que se ven obligados quienes, aún, intentan amar y ser amados. Un poético párrafo de la novela Doctor Glas del escritor sueco Hijalmar Södeberg es un buen testimonio de como un hombre del siglo XIX, cuando esta "solución" de la tecnología no era imaginable, veía la necesidad y la dificultad del amor: "Todos deseamos ser amados, en su defecto, admirados, en su defecto temidos, en su defecto odiados y despreciados. Deseamos despertar una emoción en quien quiera sea el otro. El alma se estremece ante la vida y busca el contacto sin importar el precio".