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Desde el siglo XX

José Jaume

Estado compuesto o notablemente descompuesto

El llamado estado de las autonomías, sucedáneo del estado federal, zarandeado por la pandemia de la covid, deviene en ente ectoplásmico

Asistimos a lo que lleva lustros denunciándose sin que se remedie: las flagrantes carencias del Estado configurado autonómico en la Constitución de 1978. Por lo que fuere no se quiso establecer lo que debiera haberse hecho: un estado federal como el alemán; ahora, debido a la pandemia, pagamos con creces las consecuencias. Nos las vemos con un Estado compuesto o probablemente notablemente descompuesto. Lo de las 17 comunidades autónomas no sometidas a un control federal, para lo que hace falta que el Senado sea el instrumento y no refugio de represaliados de los partidos y de poco ilustres jubilados, está deparando un desaguisado indigerible. Es irracional que cada comunidad autónoma esté tomando sus decisiones sin que exista el mínimo común denominador para toda España. Tal vez podría haberse establecido de no tener una absurda trifulca política de por medio, que, así es y así hay que reseñarlo, en buena medida es imputable al PP, que ha pretendido hacer oposición al Gobierno desde las comunidades autónomas que controla, estridente en Madrid y más comedida en Andalucía. También, cómo no, los independentistas catalanes, que siguen afanosamente buscando el santo grial de su fantasmagórica república, contribuyen a que no se sepa si el Estado compuesto se halla en acelerado proceso de descomposición. En cualquier caso el resultado es penoso, acelera lo que se viene atisbando desde que reventó la primera de las crisis por las que atravesamos a partir del nacimiento de la actual centuria, que ha resultado ser en sus primeras dos décadas especialmente convulsa.

Al aprobarse en el Congreso de los Diputados el estado de alarma no tardó mucho en activarse la máquina de las descalificaciones. La madrileña Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la desunida triple derecha: PP, Ciudadanos y Vox, vio la oportunidad de camuflar la inmensidad de la catástrofe a la que estaba abocada la sanidad pública de la Comunidad, lastrada por décadas de recortes presupuestarios y de privilegiar a la sanidad privada; también Cataluña, un Torra enloquecido, se subió al carro de los despropósitos. El culmen pudo verse con la precipitada desescalada, al pasar de fase: lloriqueos en Madrid, Andalucía y Valencia por supuesto maltrato del Gobierno y, en el caso de Cataluña, pasar en cuestión de horas de la fase tres a la llamada nueva normalidad. Insuperable esperpento. Lo sucedido en la residencias de mayores es caso aparte, porque en ellas el ángel de la muerte ha perpetrado un holocausto que debería deparar serias consecuencias. No es muy seguro que suceda.

Lo expuesto no obsta para que el Gobierno de Pedro Sánchez quede exento de responsabilidades. Las tiene y de consideración. Sus fallos han sido clamorosos. Algunas negligencias sangrantes. Ante todo se impone constatar la ineficacia de la estructura del Estado, incapaz de responder adecuadamente a una emergencia sanitaria que ha puesto de manifiesto tanto las carencias de la sanidad pública, afectada, insistamos en ello, por una catarata de recortes y falta de recursos, especialmente duros en Madrid, como la necesidad que de una puñetera vez se implante en España el modelo federal, porque el autonómico acaba siendo un querer y no poder al que las conferencias de presidentes autonómicos con el presidente del Gobierno desnudan su ineficacia. Si centralizar competencias utilizando el estado de alarma deviene en alternativa es que el sistema falla, que ha quedado claramente bloqueado.

Acotación hilarante.- Pablo Casado fustiga a Pedro Sánchez por estar en la playa cuando la segunda ola de la pandemia nos ha dado de lleno. Lo hace desde la playa en la que también estaba de vacaciones. Propio del personaje. El presidente del PP exhibe vacuidad, engolamiento y falta de solvencia. Es una rémora para las aspiraciones de la derecha.

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