Opinión
Juan Gaitán
Apocalipsis
Esta pandemia es real y tiene la decidida vocación de acabar con nuestro mundo
Siempre tuve esperanzas en que el apocalipsis cayera en domingo por la tarde, en esas horas de plomo en las que el peso del lunes ya es insoportable. Que el final llegase a esas horas en que la paz es de segunda mano, desgastada por la cercanía de las prisas, los afanes, los contratos, las explicaciones, las tareas.
Yo siempre esperé que a esas horas de un domingo de digestión pesada aparecieran los signos en el cielo y se desplegara el vistoso espectáculo del final tal y como fue pronosticado, pero nunca imaginé este desconsuelo, este lento derrumbe de todo, este irse la vida al garete sin más, tan aburridamente.
Puestos a que se acabara el mundo, nuestro mundo, a mí me hacía ilusión todo aquello del cordero, los siete sellos quebrados, la cabalgada de los cuatro jinetes, los ríos y los mares tintos en sangre, las copas vertidas, toda la parafernalia prometida. Me imaginaba a mí mismo asomado a la ventana, atento a los sucesos, esperando la batalla con la bestia, la victoria del ángel que la encadenase, todo eso tan llamativo que alguna vez nos fuera anunciado. Pero parece que solo cumple su promesa, de momento, el negociado de las plagas, lo pequeño e invisible que acaso sea al mismo tiempo lo más asequible y barato, lo más fácil de poner en escena, pero también lo más soso, que no es igual caer en la lucha contra el dragón, mirándolo a la cara, que morirse uno boca abajo, sedado y con un tubo metido hasta la traquea, minado por un virus microscópico.
Pero al cabo es lo que hay. Por mucho que lo nieguen los seguidores de Miguel Bosé, quien por más que se ensombrezca la mirada no da la talla en el papel de falso profeta, esta pandemia es real y tiene la decidida vocación de acabar con nuestro mundo, con nuestra forma de vivir y de ser, con trescientos mil años, tarde arriba, tarde abajo, de cultura social del homo sapiens, para convertirnos en seres aislados, temerosos, huidizos, embozados.
En su origen griego, apocalipsis significaba "revelación", pero acabó entrando en nuestro diccionario con el exclusivo sentido de fin del mundo y "situación catastrófica, ocasionada por agentes naturales o humanos, que evoca la imagen de la destrucción total". O sea, lo que está sucediendo, el derrumbe de la economía, de los procesos productivos y de consumo, de la enseñanza, de las relaciones entre las personas. Un nuevo y poco deseable modelo para quienes sobrevivan al Covid y a la tremenda, absoluta, apocalíptica crisis que trae bajo el brazo.
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