Dicen que no hay nada más doloroso para un rey que la abdicación, salvo cuando tras ella el rey se ve empujado al exilio. Aunque, en realidad, todo esto del dolor haya que medirlo en términos relativos cuando se trata de un Borbón. Doloroso, lo que se dice doloroso, es perder a seres queridos por la Covid-19, quedarse sin empleo o incluso no llegar a fin de mes. A Juan Carlos I, que tuvo tiempo suficiente para pensar en lo que podía acarrearle su inexplicable codicia después de una etapa brillante como Jefe de Estado, al menos le aguarda un exilio dorado en la República Dominicana o en Abu Dabi, bajo el paraguas blindado de los dadivosos jeques.
