La llamada peste antonina llegó a Roma en el 165. Las fiebres y los vómitos provocados por la pandemia fueron tomados como algo natural. Pero a estos síntomas pronto se sumaron otros más preocupantes, como la tos combinada con la expectoración de oscuras costras procedentes de úlceras en la garganta o negros sarpullidos. Es probable que aquella enfermedad fuese alguna forma de viruela que se contagiaba fácilmente a través de los estornudos y la saliva. La densidad de población y la pérdida de higiene contribuyeron a que el virus se expandiese, aniquilando a la población. Los historiadores creen que la mortandad provocada por la pandemia fue de unos 5 millones de personas. Y lo que vino después fue mucho peor, pues la enfermedad siguió golpeando hasta 172. La plaga afectó a todos por igual, incluso el mismísimo emperador Marco Aurelio falleció a causa de la viruela en 180.

En 248 Roma celebró su milésimo cumpleaños en medio de la crisis del siglo III y la llegada de una nueva pandemia, que recibiría el nombre de peste cipriana. De Alejandría, la peste llegó a Roma y, en diversas oleadas, inundó el imperio durante quince años. En Atenas perecían 5.000 personas al día y sabemos que Alejandría perdió 310.000 de sus 500.000 habitantes. El causante de estos males es probable que fuera algún tipo de ébola. De manera coincidente, se descubre que en ese siglo continuaba la pérdida de las costumbres higiénicas de los romanos. En la ciudad de York (actual Reino Unido), por ejemplo, la densidad de piojos, ladillas o pulgas en el estrato romano, el de las posteriores invasiones vikingas y el medieval es muy similar.

A principios del siglo VI un pequeño enemigo arribó a las costas de Bizancio: las ratas. El exceso de grano y basura favoreció que su población aumentase de forma notable. Pero las ratas no viajaban solas, sus pulgas portaban la peste bubónica, una enfermedad desconocida que sembró el terror en Constantinopla. La enfermedad empezaba con una leve fiebre que daba paso a hinchazones bubónicas, debilidad y necrosis de los tejidos. Empezó atacando a los más pobres, pero posteriormente se expandió entre todas las clases sociales. En el caso de Constantinopla, en un primer momento se contabilizaron 5.000 muertos diarios. Posteriormente pasaron a ser 10.000. Y, nuevamente, encontramos que la reducción de las costumbres higiénicas podría contarse entre las causas que favorecieron la pandemia. Aquella enfermedad sembró la muerte en distintas oleadas hasta 749, año en que desapareció. En esos siglos pereció entre el 40 y el 60% de la población europea.

La Historia, según los romanos, es una maestra de vida y haríamos bien en prestar atención a los hechos pasados porque pueden mostrarnos, las causas de lo que nos ocurre. Un factor que ha propiciado la expansión de la pandemia Covid-19 ha sido la superpoblación y la relajación de los hábitos higiénicos. ¿Cómo están las ciudades, limpias o sucias? Antes del estado de alarma, compartíamos sillas, mesas y demás en los bares y cafeterías con los demás clientes. Ahora, antes de sentarnos el camarero debe pasar un trapo con desinfectante. Antes no nos importaba sentarnos en una mesa sin que hubieran retirado los restos de los comensales anteriores, porque queríamos sentarnos y que nos sirvieran lo más rápido posible. Estábamos sacrificando la higiene a la velocidad. Y así en muchos otros aspectos de la vida cotidiana. ¿Cuántas veces nos lavábamos las manos? Hemos de ser sinceros y reconocer que nos daba igual no lavarnos las manos antes de las comidas o tras usar elementos que había usado muchas otras personas antes que nosotros. ¿Cada cuánto se limpian a fondo las alcantarillas de nuestras ciudades? ¿Recuerdan haber visto operarios municipales saliendo del subsuelo con repasador y mocho? Yo no.

Y ¡qué decir de la higiene de las personas mayores! Cuando ellas ya no mantienen la suficiente capacidad para lavarse a sí mismas, ¿cada cuánto se las lava? ¿Les lavamos las manos antes de las comidas? Un amigo mío que trabaja en una residencia me confiesa que no lo hacen, que bastante tienen con bañarlos una vez?¿al día? Tal vez, sea ésta una de las causas que ha favorecido la pandemia entre la tercera edad.

Otro lugar antihigiénico es el interior de los aviones. Ya sabemos que la limpieza entre un vuelo y otro es inexistente. Un lugar tan usado por tantas diversas personas, aglomeradas como ganado, ¡no era desinfectado nunca! ¡Magnífico vector de transmisión de virus! En la edad media fueron las ratas, en nuestra edad contemporánea, tal vez, hayan sido los aviones.

Como ha declarado recientemente un prestigioso médico, es más eficaz y necesario lavarse las manos que usar mascarillas. Es necesario que aumentemos la higiene, que recuperemos sanos hábitos que se han ido erosionando por culpa de la velocidad y el ansia de hacer cosas. Las medidas higiénicas de la nueva normalidad deberían llegar a ser habituales si no queremos repetir la historia.