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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Estarse con uno mismo

Tengo la seguridad de que muchas personas, en estos tiempos de pandemia confinada, han transitado desde el espectáculo al recogimiento, puede que por cansancio o por curiosidad

Tenía preparados los materiales de este artículo, cuando leo en internet un texto del siempre sugerente Daniel Capó: "Vidas ocultas: Nadie permanece indemne a su propia época". La misma llamada a viajar hacia la propia interioridad que deseaba escribir yo mismo, realiza Daniel de forma admirable, conjugando, además, la pulsión hiperactual por lo espectacular y esa repetida llamada hacia la interioridad que en tantos momentos nos tienta y puede con nosotros mismos. Frente a la cultura del espectáculo, la cultura del recogimiento. Frente a la dispersión vacía, el recogimiento integrante. Y deja caer, en un momento dado, esta maravilla ética: "El hombre entrega su libertad a lo que ama". Exactamente lo mismo que piensa Ignacio de Loyola al hablar del "deseo", eso tan recóndito de la libertad: la libertad apasionada.

Tengo la seguridad de que muchas personas, en estos tiempos de "pandemia confinada", han transitado desde el espectáculo al recogimiento, muchísimas. Puede que por cansancio. Puede que por curiosidad. Puede que por alguna sugerencia. Puede que, cualquier día, tumbados en el sillón orejero de la salita de estar, haya surgido la pregunta por el sentido de todo esto, de la pandemia y de todo lo demás, la gente muerta, la vulnerabilidad del ser humano, la oscilación radical del tiempo y de las horas, el propio yo, casi siempre un tanto olvidado. Y, casi sin darse cuenta, uno se ha encontrado sumergido en un mundo desconocido pero penetrable. Y así, ha aprendido a estarse con uno mismo. Ahí, habrá aprendido a recoger su libertad dispersa para entregarla a lo que realmente ama: cada uno sabrá. Y al entregarla, su persona se expandirá en eso que sigo llamando fraternidad, algo mucho más profundo que solidaridad. Repito que muchas personas habrán realizado este viaje interior que, en ocasiones, tendrá naturaleza religiosa y se convertirá en epifanía.

Pero a su vez, tenía seleccionados dos volúmenes que acababa de leer durante estas semanas. Bueno, leer y pensarlos por el impacto que me habían producido. De Cafarnaüm a Jerusalem y Dietari de canvis. El primero, una edición casi de libro de bolsillo, nos remite nada menos que a 1991, y su autor es el sacerdote y teólogo mallorquín Teodoro Suau, a quien tanto aprecio como persona y como evangelizador, mientras que el autor del segundo es un compañero suyo en el sacerdocio y no menos en el servicio a la Iglesia de Mallorca, Joan Bauzà i Bauzà. Dos personas discretas, serviciales y estudiosas, que en ambos volúmenes realizan, de cara a nosotros, ese viaje a la profundidad e interioridad, echando mano de su propio viaje espiritual y creyente con meticulosidad y enorme sensibilidad. Teodoro mediante una ficticia narración evangélica y Joan utilizando sus propios apuntes existenciales en tres momentos sustanciales de su vida. Como es lógico, se los recomiendo: son breves, jugosos y, en su sencillez, un tanto apasionantes.

Pues bien, mis intenciones, el texto de Daniel Capó y los dos textos de Teodoro Suau y de Joan Bauzà, forman un todo unificado y pedagógico sobre ese "viaje a la interioridad" que acaba por convertirse en "estarse con uno mismo", entregar la propia libertad al mayor amor desde el mayor deseo, y así ampliar las propias dimensiones de la fraternidad. Además, Suau nos enseña "el viaje del discípulo", que es su propio viaje, mientras Bauzà testimonia "el propio viaje", que es el de un discípulo ferviente. Se trata de volúmenes asequibles, de lenguaje depurado (un mallorquín rico y lingüísticamente impecable), nacidos de la más íntima verdad, con dos finales para llevarse al alma, y que ustedes mismos podrán situar en sus vidas.

Cuando uno ha dedicado tantas horas a estudiar y proclamar la relevancia de lo "icónico" en la cultura moderna y posmoderna, resulta que, con el tiempo, recupera sus raíces ignacianas y viaja todavía más allá: hacia los orígenes, en los que redescubre el protagonismo del silencio, del reconocimiento, de la sonora soledad, de la humanísima divinidad y, en fin, de estarse con uno mismo. En tan grandes compañías. Es la misteriosa capacidad curativa de esta dolorosa pandemia. Ya ven.

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