Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Entre Antonio y Andrés

Durante años, uno de los momentos más prometedores de las vacaciones era aquel en que nos encontrábamos para cenar Antonio Alemany, Andrés Ferret y yo mismo en El Patio, previo paso por la barra de la que Andrés era cliente asiduo y reconocido. Solíamos encontrarnos casi en vísperas de la Virgen de Agosto, de gran tradición mallorquina, y nos daban las tantas hasta que el restaurante cerraba puertas: Antonio marchaba a su casa y Andrés solía acompañarme a Valldemossa.

Eran días de vino y rosas, porque en general estábamos de acuerdo en lo sustancial, pero a medida que avanzaba la Transición comenzaron a surgir discrepancias, que acabaron con las reuniones. Pero aquellas cenas, con sus inteligentes comentarios, exageradas de ilusiones, y hasta en ocasiones alguna que otra proyección de futuro, forman parte de mi memoria personal tanto emocional como intelectual. Solían ambos insistirme en que retornara a Mallorca para acompañarlos en sus planes periodísticos de renovación y de apertura. Pero permanecí en Madrid hasta hace pocos años en que he saltado a la isla tranquila en momentos tan diferentes a aquellos. Antonio, Andrés y yo, "el exiliado", como solía llamarme Antonio, quien, más tarde, se exiliaría él mismo. Y en Madrid nos volveríamos a encontrar. Eso que llamamos vida, tan propia y tan ajena. Años sesenta, algo de los ochenta, en Palma de Mallorca.

Muerte anunciada, moría Andrés, a cuyo funeral pude asistir y concelebrar. Todavía recuerdo la excelente homilía del obispo Teodoro Úbeda, quien demostró un conocimiento profundo del fallecido. Antes, había escrito el Prólogo a mi primer libro de artículos sociopolíticos en un volumen titulado Escrito desde España: 1972-1986. Me quitaron algo de la vida con la muerte de Andrés, y con frecuencia releo sus lúcidos artículos en el libro memorial que reúne un montón de ellos. En mis clases de Periodismo en la Universidad, cuántas veces he utilizado textos suyos como ejemplo de periodismo informado, reflexivo y arriesgado. Y siempre, los años en Montesión. Esos años en que una amistad se enroca en el alma. Nunca pudimos llevar a cabo un proyecto reflexivo y periodístico, del que también charlamos con Antonio. Sueños.

Mi amistad con Antonio ha sido muy diferente. Tras años de intensa relación, al margen ya de las cenas con Andrés, sobrevino un tiempo de distanciamiento por razones mínimas que adquirieron categoría de máximas, hasta que nos encontramos y abrazamos en un funeral celebrado en Montesión. Y ya lo encontré decaído, sin saber la enfermedad que hacía presa de él. Estaba en contacto con amigos comunes para ir a verle, pero pasó el momento hasta que su muerte me sorprendía aquí, en Palma. He dedicado mucho tiempo a meditar sobre Antonio, su significado en mi vida profesional, sus análisis extensos e intensos sobre todo de la "cuestión nacional", su visión de una Mallorca que no perdiera sus valores tradicionales, y en fin, su tránsito desde "lo democristiano" a "lo liberal", siempre militante de la idea y de su palabra. Tal vez, nuestras contradicciones más acusadas tuvieran que ver con nuestras diferentes actitudes culturales. Algo semejante me sucedió en mis años valencianos con Adela Cortina, la gran catedrática valenciana de Ética: unidos en las ideas y distantes en los gustos culturales. Pero, en fin, que Antonio me sorprendía con su intensidad intelectual y me interrogaba desde su cada vez más intensa militancia ideológica. Me hubiera gustado muchísimo conversar con él, largo y tendido, a mi vuelta a Mallorca. No lo hice bien.

Del trío que cenaba en El Patio, solo quedo yo. No me sorprendo, pero siempre me pregunto si de verdad aprovechamos aquellos puntuales encuentros para ir un poco más allá de lo que nos rodeaba y en indagar en lo que realmente éramos. Lo sabíamos, pero nunca llegamos a ponerlo sobre la mesa. Para mí, como ya he escrito, fueron años de vino y rosas. Después vinieron las lluvias, y todo cambiaría. Pero juntos vivimos los inicios de Diario de Mallorca, los riesgos de la Transición y los primeros sabores de la libertad.

Ahora, con la muerte de Antonio Alemany Dezcallar, se cierran aquellos días en que soñábamos tanto que solamente hemos visto cumplido un poquito de tantas ilusiones. Pero ha valido la pena. En la penumbra, esa mujer que siempre le fue cercana y fiel, Nita. Un abrazo para ella.

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