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Ramón Aguiló

¿Mudos hasta junio?

La cuestión no es baladí. Un grupo selecto de columnistas ha manifestado que, ahora, en España, como en Fuenteovejuna, todos a una. No hay que formular críticas al gobierno por la gestión de la crisis del coronavirus, aunque haya motivos suficientes para hacerlo. Que tiempo sobrado habrá cuando todo ya haya pasado. Es tanto como afirmar que señalar las insuficiencias o errores del gobierno supone poner palos en las ruedas de tan irreprochables gestores en vez de aguzar su sentido crítico y mejorar su gestión. Criticar, para ellos, es incompatible con posibilitar las rectificaciones del gobierno, cuando en realidad ése es uno de los caminos de la realimentación, lo que posibilita el ajuste fino de acción gubernamental, lo que se conoce como servomecanismo. La verdad es que señalar errores en la conducción de la crisis es tarea muy complicada cuando los gobernantes se han situado en su discurso detrás de los científicos, han repetido por activa y por pasiva que no han hecho sino lo que los científicos han determinado qué debía hacerse. "Los científicos" es un fonema que se confunde con "la verdad revelada". Pero aquí hay que aclarar que cuando el gobierno se refiere a "los científicos" en realidad se refiere a los que ocupan cargos de responsabilidad administrativa, como es el caso de Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del ministerio de Sanidad, tras el que se parapeta el ministro Illa, filósofo.

Pues hay razones más que sobradas para la crítica, sin más objetivo que la reconsideración de las medidas que se están tomando. Una de las más importantes es la observación de las curvas de contagio del coronavirus de China, Italia, Corea del Sur, Alemania y España. En las ordenadas el número de contagios y en abscisas el tiempo. Se puede ver que a los quince días de los primeros contagios, el número de infectados es superior en España a todo el resto de países contemplados. Éste es un primer hecho que induce a pensar que algo se habrá estado haciendo mal. Y no me estoy refiriendo ahora a los casos más obvios: cuando Carmen Calvo criticaba y lamentaba la suspensión en Barcelona del MWC, diciendo que era una decisión equivocada, que no estaba basada en la ciencia; o cuando se celebraba el partido de fútbol Atalanta-Valencia en Milán y no se controlaba a los aficionados españoles que se habían desplazado a Italia; o cuando desde el feminismo ministerial se estimulaba la participación en la manifestación del 8M del brazo de una Cristina Almeida que decía en televisión que la expresión de las reivindicaciones feministas no podían detenerse ante un simple virus; o cuando el gobierno deja salir a miles de madrileños a esparcir el virus por sierra y costa. No, la cuestión más sangrante es la renuncia (no sé con qué fundamentos) a la práctica del test de coronavirus a todos los ciudadanos con síntomas leves. Es acongojante que mientras no se realizan los tests ni a los facultativos que atienden como pueden en las urgencias hospitalarias ni a los que lo solicitan a través del 061 (he sido testigo de la insolvencia del servicio), o a quienes sin más dicen tener síntomas, hay alguna empresa española que los exporta al extranjero. Como se sabe, el éxito de Corea del Sur en el control de la pandemia se ha basado en el análisis exhaustivo de todo el que presentaba síntomas, en su aislamiento en caso de ser positivo y en un escaneo milimetrado de cada uno de sus contactos y sus correspondientes aislamientos. Ha tenido que ser el director general de la OMS de tan exótico nombre, Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien ha tenido que enmendar la plana a Simón, Illa y Sánchez: Test, Test, Test. Ahora, de repente, Simón ha recapacitado y ha entonado el Test, Test, Test. Los primeros, a los médicos, ¡por Dios!

Pero la crítica no ha venido sólo de algún columnista y de la dirección de la OMS, también de otros científicos como el infectólogo catalán Oriol Mitjà, que no se ha recatado en pedir la dimisión de Simón por tres razones: 1) La incapacidad de la administración para hacer previsiones 2) Error de la comunicación, opaca. No se han preparado decisiones antes de que llegara la crisis 3) Las dudas a la hora de tomar decisiones críticas. Algunas columnistas han celebrado con mucha fruición las pobladas cejas de Simón y el azul de sus ojos, pero de lo que importa, la evolución de la crisis y de su dirección, poca cosa. Es el síndrome Zapatero. Si éste hizo como si no viera la crisis de 2008, parece que se ha repetido ahora. No se han tomado medidas cuando tocaba. Parece que los socialistas están temerosos de la impopularidad que puede acarrear el tomar medidas drásticas. Y así nos va. Lo decían los chinos residentes en España y aislados en sus casas con los negocios cerrados: "Están locos los españoles, no reaccionan ante el virus". Es que sabiendo lo que venía, ni mascarillas en los hospitales ni trajes de protección para los sanitarios cuando en China sancionaban a los que no las llevaban y construían hospitales en Wuhan en diez días. Los mayores en residencias cayendo como moscas. Ni antivirales ni vacunas, aunque China parece a punto de conseguir una. La única posibilidad de supervivencia son las UCI's con los respiradores. Algo de lo que no se pueden beneficiar los ancianos en las residencias, que parecen abandonados a su suerte. El aplanamiento de la curva de contagios que se persigue con el aislamiento responde a la necesidad de no saturar los hospitales, pero el número de infectados, dicen los expertos, será parecido, en torno al 70% de la población, quizá no el de muertos, pues se podrá atender mejor a los más graves, los mayores. Para que después nos vengan con la pamema de que tenemos el mejor sistema de salud del mundo.

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