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Las Furias

Estamos acostumbrados a creer que vivimos permanentemente enfrentados a situaciones excepcionales, pero la realidad, por fortuna, es que apenas sabemos lo que es una emergencia de verdad. Los europeos que nacieron hacia el año 1910 -incluidos los que nacieron en España-: esos sí que supieron lo que era una hecatombe sin precedentes. Dependiendo de la parte del continente en que les hubiera tocado nacer, sufrieron el fascismo o el nazismo o el comunismo estalinista (en el Este de Europa), y luego tuvieron que vivir cinco años de guerra con unos padecimientos que ninguno de nosotros seríamos capaces de soportar. Recuerdo que una vez conversé con Carme Sarquella, una maestra comunista de Banyoles que se había exiliado en la URSS al final de la Guerra Civil, y a la que le tocó ser destinada a una ciudad de la que jamás había oído hablar: Stalingrado. Poco después de llegar, el apocalipsis se desató sobre la ciudad y ella y miles de conciudadanos tuvieron que pasar medio año encerrados en las alcantarillas, a treinta bajo cero, escuchando día y noche los combates que tenían lugar pocos metros por encima de sus cabezas. Tonto y petulante como era yo, un día la llamé por teléfono y le pregunté si me podría contar algo de su experiencia en Stalingrado. Al otro lado de la línea se hizo un silencio que pareció crecer y crecer durante meses seguidos. Al final, me di cuenta de que Carme no quería hablar -o mejor dicho, no podía hablar, y eso que habían pasado cuarenta y muchos años- y colgué avergonzado el teléfono.

Cuento esto porque ahora nos va a tocar enfrentarnos a una situación muy difícil -quizá la más complicada en treinta o cuarenta años-, pero deberíamos tener un poco de perspectiva para pensar que nos enfrentamos a esta alarma sanitaria en circunstancias muy ventajosas. Tenemos un gran sistema sanitario (aunque estúpidamente dividido en 17 sistemas autonómicos que dificultan la coordinación) y tenemos un Estado que funciona relativamente bien. Y sobre todo, tenemos magníficos médicos y trabajadores sanitarios que se están dejando la piel desde hace casi dos meses. Y por si fuera poco, tenemos garantías de que la pandemia se controlará tarde o temprano. En este sentido, las cosas no son tan graves como parecen.

Por supuesto, nos enfrentamos a un desastre económico que dejará a miles de empresas sin actividad (hoteles, cafeterías, restaurantes, aerolíneas, agencias de viajes, cines, teatros, salas de conciertos) y a millones de trabajadores sin un sueldo que puedan cobrar a fin de mes. Y por supuesto, esta emergencia nos ha sorprendido cuando tenemos al mando a la clase política más calamitosa que ha habido en España en todos los años de la democracia: una clase política encantada de prometer y de otorgar derechos que eran difícilmente realizables y que se ha pasado mucho tiempo jugando a engañar a la población con juegos de manos puramente propagandísticos. Pues bien, esta clase política pueril e irresponsable va a tener que enfrentarse a medidas impopulares que van a exigir un alto grado de responsabilidad individual por parte de nosotros, los ciudadanos. Que los mismos que alentaron la manifestación multitudinaria del 8M hayan declarado el estado de alarma sólo cinco días más tarde demuestra hasta qué punto son una clase a la que le importa un pimiento el bienestar de la población. Pero al menos, ya que no tenemos políticos responsables que sepan comportarse como adultos, tenemos un Estado que funciona. Y eso es mucho.

"Cuando los dioses quieren castigarnos, atienden a nuestros ruegos", decía una frase famosa de Oscar Wilde que se ha atribuido erróneamente a Santa Teresa. Pedro Sánchez quería ser presidente del gobierno a toda costa y no vaciló en tomar las decisiones más enrevesadas -e imprudentes- para conseguirlo. Pues bien, los dioses ya le han castigado otorgándole una situación de emergencia en la que todo el mundo podrá comprobar si está capacitado para ser un verdadero presidente del gobierno (y no un simple agitador propagandístico que se ha pasado toda la vida haciendo trampas con la realidad). A ver qué va a hacer ahora con una población asustada a la que ha mimado y halagado -y manipulado- a base de mentiras y propaganda. Y a ver qué hará ahora cuando millones de ciudadanos -camareros, empleados de hostelería, trabajadores de pequeños negocios, familias que tienen que hacerse cargo de sus hijos en casa- se encuentren con que se han quedado sin ingresos y no tienen apenas dinero para los gastos inmediatos. Ahora podrá demostrar si es ese gran estadista que él mismo -y sus aduladores- se encargan cada día de hacerle creer que es. Pero nosotros, como ciudadanos, también tenemos el deber de actuar responsablemente. Ahora nos toca hacer ver que somos un poco más responsables que lo que nuestros políticos han demostrado ser hasta ahora.

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