Parece ser que Gabriel Escarrer no votó a Pedro Sánchez. O si lo hizo, ya se ha desencantado del nuevo gabinete, dada la fenomenal bronca que el empresario endilgó al presidente del Gobierno. Por ataques menos furibundos contra las instituciones estatales, Valtònyc tuvo que huir a Bélgica con una condena pendiente de tres años y medio de cárcel. En otro hotelero hablaríamos de un conflicto ideológico, pero Felipe González fue muy generoso con Meliá al traspasarle los hoteles de Ruiz Mateos, que supusieron un espaldarazo para la firma mallorquina.
La regañina de Escarrer a Sánchez fue tan fenomenal, que cabe agradecer que Pablo Iglesias no se acercara a la feria escoltando a su mejor amigo, porque los empresarios soliviantados hubieran montado un Magaluf. El número dos de Meliá advirtió contra el riesgo de subir el sueldo a los trabajadores de “un sector tan estacional e intensivo en personal de baja cualificación”. Acreditaba así la pésima opinión que le merecen sus propios empleados, al englobarlos entre el “personal de baja cualificación”. Solo le faltó añadir que la cualificación matemática de sus proletarios es tan ínfima, que ni siquiera se enteran de la cantidad que cobran por su trabajo.
Escarrer es áspero con toda la barba pero, ¿se atrevería a hablarle con la misma crudeza a un presidente del Gobierno de derechas? La izquierda forma parte del servicio. Con todo, al hotelero de “excelsa cualificación” le cuesta entender que el problema no se halla en un salario mínimo en el rango del estadounidense, sino en un salario medio cinco veces inferior. En cuanto al impacto de la reprimenda sobre Sánchez, ya ha sobrevivido a las malas artes de Susana Díaz, Guerra y el mismo González de antes. El primer ministro solo debió preguntarse “por qué este señor ceñudo me habla en el mismo tono en que se han dirigido siempre a mí los socialistas”.
