Diario de Mallorca

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Leo en Diario de Mallorca que la gala de entrega de los premios que llevan el nombre de Ciutat se celebrará en el Teatro Principal el día del santo, el lunes que viene, pero recreando el ambiente que tuvo El Terreno en sus años gloriosos. La información apunta que son los años del boom turístico pero es ésa una coincidencia del todo accidental porque el carácter del barrio más cosmopolita de la Palma de entonces se lo prestaban sus edificios y quienes los ocupaban, no esa invasión de visitantes que ha llevado a la larga „es decir, en el momento presente„ a su perdición. Entre la Palma de ahora y la de los años 60 y 70 del siglo pasado hay una distancia que se vuelve abismo en el caso de El Terreno. Ni siquiera hace falta decir que para peor.

A mí, la verdad, me habría parecido mucho más inteligente, oportuno y eficaz que en vez de acordarse en esta gala de El Terreno lo hubiesen protegido a tiempo los alcaldes de uno y otro signo político „no todos ellos fueron franquistas„ que asistieron impávidos al declive y destrucción en la práctica del barrio. En realidad, favorecieron su ruina permitiendo barbaridades como las que el infausto Rafael de la Rosa, por poner un solo ejemplo, permitió: edificios gigantescos, voluntad nula de protección y, al cabo, conversión del barrio en una pura cloaca.

Parece ahora que está en marcha una operación urbanística parecida a la que rescató La Calatrava; los inversores con capacidad para hacerlo están comprando los edificios muy degradados para cerrarlos en espera de que, clausurada en la práctica todo el entorno que rodea la calle de Joan Miró, un nuevo plan urbanístico devuelva a El Terreno su condición de privilegio. Pero ni que decir tiene que el barrio resucitado no se parecerá en nada al original porque los vecinos de hace medio siglo no eran ni especuladores inmobiliarios ni nuevos ricos; quien recuerde la Plaza Gomila de entonces „que aún quedará gente con la edad precisa para poder hacerlo„ pueden dar fe. La batalla por El Terreno mantenida durante tantos años por personas admirables como Xavier Abraham o Honorat Doménech, que se sostiene todavía en pie gracias a la asociación de los vecinos del barrio, tiene casi todo su activo ligado a los tiempos ya desaparecidos.

Me pregunto hasta qué punto se reflejarán tales tiempos en la gala de los premios Ciutat de Palma a la que, por razones que tampoco vienen al caso, no asistiré. ¿En qué forma? ¿Se recordará a los protagonistas de aquella maravilla? Y, si es así, ¿llegará el recuerdo a Na Bel Rollet? Lo dudo. Pero me temo que ni siquiera reciban el tributo que merecen los vecinos de entonces que no podemos añorar sin que se derrame una lágrima, desde Anthony Kerrigan y Gertrude Stein „quienes tuvieron, por cierto, la misma casa„ a Robert Graves. La memoria es ingrata pero, si se meten por medio los poderes políticos, entonces se convierte en tóxica.

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