Diario de Mallorca

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Cangrejos azules

Nunca, en mis paseos por la Serra de Tramuntana, he topado con un tejón, un ciervo o un gamo, que son, ahora en Mallorca, como los alemanes y los suecos: especies foráneas invitadas a residir en la isla y a quedarse entre nosotros para siempre. Pero dicen que están ahí, que existen y que los tejones son a veces furiosos y que pueden incluso inocular la rabia. No sé si es cierto, pero lo dicen. Por si acaso, cuando oigo un ras-ras de hierba seca o un rac-rac de piedras ya no pienso en una cabra. O no sólo en una cabra, por otro lado tan silenciosas al moverse. Y si percibo que alguien o algo puede estar observando en silencio, tampoco pienso en un boc o cabrón, ya no, tan aficionados ellos a mirar inmóviles y mudos; ahora puede ser un bicho con antifaz de salteador de caminos, dientes trituradores y ancha cola anillada. En cuanto a los ciervos y los gamos que aparecían esta semana en Diario de Mallorca son mucho más pacíficos, especialmente los gamos, pues los ciervos -pese a su majestuosa imagen de seres ultraterrenales y en cierto modo, divinos- en época de celo o berrea, pueden llegar a ser violentos. Pero tampoco he visto ninguno, ni gamo, ni ciervo, en mis paseos -que no alcanzan las montañas de Pollença-. Lo más cornúpeto que he podido contemplar ha sido un gran boc, en Deià, hace años, que recordaba las pinturas negras de Goya y los aquelarres vascos descritos por don Julio Caro Baroja. De punta a punta entre ambos cuernos alcanzaba los dos metros, o eso me pareció a cierta distancia, no fuera que.

Sí he avistado martas y comadrejas - tan nostres-, pero lo que es un gineta, por ejemplo, en mi vida las he avistado más allá de las decenas que habré visto disecadas en distintas possessions y casas de la Part Forana, bien sobre una caixa o en la repisa de la chimenea de la cocina o de la sala. Abandonada la infancia, creí que ya estaban extinguidas. Pero la moda, a menudo delictiva, de introducir animales exóticos en el paisaje mediterráneo y liberarlos cuando ya no se sabe qué hacer con ellos, empieza a ser preocupante. Tengo un amigo que en su molino de Llevant hace un par de años que está rodeado de serpientes, y le caen de los muros donde toman el sol como si cayeran del cielo en una maldición bíblica, o su casa fuera la cabeza de la Medusa mitológica. Las mismas sierpes que pululan por los campos de Ibiza, como si estuvieran en el desierto de Texas o del Kalahari.

El mes pasado aparecía otro reportaje sobre varios peces invasores en las aguas de las islas. Parece que la subida de las temperaturas han favorecido su desembarco, como esta semana en el Congreso, donde la calefacción política ha subido algunos grados y ha producido, a un lado y otro del hemiciclo, escenas delirantes. Esos peces invasores entre los que abundan distintas especies de peces-globo (que por lo visto son muy venenosos), podrían ser la metáfora de las ideas y manifestaciones que circulaban airadas por el Congreso de diputados. Recuerden los grabados que representan Las tentaciones de San Antonio, donde en vez de mujeres sensuales e incitantes, aparecen bichos dignos de una pesadilla de Lovecraft. Pues bien, esos peces-globo venenosos y el temido pez león, tan hermoso como mortal, y que sólo habíamos visto en los cromos de Vida y color, en las películas de Fu Man-Chú y en las de la yakuza japonesa, están aquí dispuestos a competir con la malignidad de l'aranya. Y a desmentir al romano Plinio que describió las islas como un territorio carente de animales peligrosos. Ya no.

Siempre he tenido cierta debilidad por los cangrejos -por los nobles peluts más que por los innobles sabaters- y la aparición del cangrejo azul americano o Calinectes sapidus en nuestras aguas me parece más grave que el elegante paso de los gamos, que no creo que depreden ninguna otra especie animal. En cambio es preocupante que la rápida expansión del cangrejo azul acabe con el maravilloso cranc pelut, ahora que se estaba recuperando tras años de prohibir su pesca o caza, (nunca he sabido cómo llamar a lo que hacíamos cuando estaba permitida y tan buen gusto daba a los arroces secos y a los de pescado).

En 2017 avisté los dos primeros cangrejos azules de mi vida en aguas del Port de Valldemossa, concretamente en la cala. Me sentí el doctor Cousteau o un turista en la Polinesia, tan extraños eran a mis ojos aquellos crustáceos: extraplanos, grandes, quietos y de un precioso color azul anillados en las extremidades por colores naranjas y amarillos, pude contemplarlos hasta que me cansé. No se escondieron como los nuestros y tampoco estaban en la costa sino algo alejados y bajo el mar. Por eso me sorprendió que en un primer reportaje sobre esos cangrejos se asegurara que no habían llegado a la Tramuntana. Supongo que los estudiosos marinos lo habrán corregido. Ahora dicen que están muy buenos y que son un buen ingrediente de los arroces, con lo que hasta en la cocina están dispuestos a llenar el vacío de los peluts. El mundo cambia, los canguros mueren en los incendios, el tejón acecha en Mallorca y no sabemos en qué y cómo cambiará nuestro organismo el cangrejo azul. Pero la vida sigue, exultante y la naturaleza es su claustro y el paradigma donde se celebra.

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