Mientras preparaba este artículo me empapé de cifras y estadísticas oficiales sobre la violencia de género en nuestro país. Quería que las alarmantes cifras pudieran darme argumentos ellas solas y que reclamaran más concienciación por parte de toda la sociedad por esta terrible situación que permitimos. Quería plasmar con datos esta sombría realidad pero al hacerlo, temía caer en la insensibilización. En que sólo fueran números y no vidas rotas, mientras somos testigos del frío incremento en el contador que paraliza vidas y familias pero no a la sociedad.

Aún así, quiero quedarme con dos datos, o mejor dicho comparaciones, que para mi sí son significativas: que el número de víctimas oficiales ha ido en aumento desde 2011 y el porcentaje sobre el número de condenas por violencia de género crece también cada año.

Se puede extraer una conclusión fácil de esos dos datos: que a pesar de que cada vez se condena más, que hay más hombres cumpliendo penas, no se está reduciendo el número de feminicidios. Sin embargo, aquellas fuerzas políticas reaccionarias que están alejadas y confrontadas con el movimiento feminista, y que proponen cadena perpetua para los que ejerzan violencia contra las mujeres, demuestran que no han analizado ni un sólo dato. Un sistema extremadamente punitivo (o el incremento de estas penas) no atacan el foco de la situación. Tendríamos algunos hombres cumpliendo más penas, pero no menos víctimas. Hay que ir a la raíz del conflicto.

Y es que, como dice Miguel Lorente, profesor universitario y un referente en esta lucha, la violencia machista es un problema de los hombres que sufrimos las mujeres. Cada vez tengo menos dudas de que la erradicación de este cuestión pasará por una implicación total de toda la sociedad e instituciones, pero sobre todo de los hombres. Y uno de los caminos que tenemos que recorrer para ello es la implantación de una educación afectivo sexual para nuestros jóvenes. Nuestros adolescentes y pre-adolescentes, porque cada vez se inician antes en las relaciones sexuales, tienen que crecer en la cultura del cuidado mútuo y la empatía, disfrutando de su libertad sexual pero siendo conscientes de las relaciones con los y las demás.

¿Pero qué hacemos ahora? ¿Sacrificamos una generación esperando que los más jóvenes vengan "mejor educados"? Los adultos también tenemos que hacer los deberes. De hecho, somos los primeros que debemos ejercer con el ejemplo. Hace unos días se hizo viral un vídeo en el que un hombre increpaba la actitud machista de otro colega. Suele ser una pregunta recursiva de hombres en charlas feministas, sobre qué pueden hacer los hombres para aportar. La respuesta siempre es la misma: cortar con los comportamientos machistas de los hombres de tu alrededor y no repetirlos. Quizá si los hombres llenaran también los coloquios sobre violencia machista sintiéndose implicados, este consejo se extendería y el camino hacia una igualdad plena sería más rápido. Y es que la violencia machista acabará el día que los hombres quieran.

* Candidata al Congrés dels Diputats per Más País Illes Balears