Leo la noticia semanal sobre las kellys. El congreso periódico sobre camareras de piso o la legislación para aliviar su carga laboral me remontan a los tiempos en que el Govern vigente creía en sí mismo. La autoconfianza es la base de la inspiración, el turismo dejaba de ser representado por empresarios rancios y estampas playeras amarilleantes para utilizar como estandarte al último eslabón de la cadena. Rajoy recibía a las kellys, Iglesias laudaba a las kellys en el debate preelectoral.
Kellys es otra de las palabras que Madrid nos debe, salvo que la capital de ese extraño país no paga sus deudas económicas ni mucho menos lingüísticas. En Mallorca nació asimismo la expresión Pacto de Progreso, de la que deriva la también palabra tripartito, utilizada como término insultante por el PP antes de montar sus actuales tripartitos con Ciudadanos y Vox por tierras madrileñas y andaluzas. Ecotasa es otra bella palabra acuñada y acunada en Mallorca, el término que enfrentó a un pobre Govern regional con el todopoderoso Bild. Como ustedes saben, desde el 2001 en que aparece el impuesto, no ha vuelto a poner pie en la isla un solo turista. Y la infeliz palabra palacete fue adoptada unánimemente como unidad de medida de la corrupción.
También fuimos pioneros en la palabra paridad. La auténtica, la que no relega a las mujeres a la parte final de cada segmento de la lista electoral, sino que obedece a la inexcusable cremallera del mujer-hombre-mujer-hombre. Y pensar que en aquellos tiempos nos acusábamos de cobardía. Hoy hemos pisoteado la ecotasa sin pestañear, hasta dejarla irreconocible. Afincarse en la terminología dista de ser un reflejo melancólico. Las palabras tienen repercusiones, no habría una subida sensible del sueldo de todo el sector de la hostelería si no se hubiese popularizado la denominación de las kellys. La política no necesita más palabras, sino palabras nuevas.
